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ESTAMPAS ANDALUZAS

Siempre tiene su rostro contrahecho con un rictus de enfado. Viste de modo descuidado, con ropa limpia y en buen estado, pero vieja. La barba hirsuta y la melena al viento, desordenada y pocas veces peinada, añaden más enjundia al cabreo monumental que airea por donde pasa. No necesita hablar para dar a conocer que está en desacuerdo con el mundo y con la gente. Tiene un coche con muchos años de antigüedad en sus bielas, una casita en un barrio humilde de jornaleros y temporeros. Está casado. Sus dos hijas hace tiempo que se fueron del pueblo. No se lleva mal con  ninguna de sus mujeres, presumiblemente porque no les hace caso y ellas, podríamos sospechar, lo prefieren en sus actividades, no muy cerca. Es miembro del Partido Comunista y en las reuniones de comilitones alza la voz para protestar de los excesos del capitalismo y del neoliberalismo yanqui que todo lo arrasa, de la templanza de otros comunistas que se han adocenado ante la revolución. Aunque puede llegar a hablar con todos en el pueblo, su desprecio es evidente frente a quienes no considera involucrados en la santa tarea de salvar a la humanidad de la opresión. Trabaja de administrativo en el Ayuntamiento, es un cabecilla de Comisiones Obreras y agita con más ardor que eficacia las reuniones en la sede del sindicato. Las paredes que rodean a su mesa son un santuario de imaginería comunista: el Ché, Fidel Castro, Marx, Engels y demás estampitas, a las que ha añadido últimamente la ya momia del sanguinario emperador Norcoreano Kim Jong-Il. Va regularmente a Rota para protestar contra la base americana, es asiduo de Marinaleda y los golpecitos de esa revolución a la andaluza que alcalde y secuaces se empeñan en cumplir por aquellos pagos. Siempre tiene cara de pocos amigos. Está, es evidente, enfadado con el mundo.



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