1228.

XVII

[1] Cuando los lacedemonios comenzaron a estar irritados por el auge de los atenienses, Pericles excitó al pueblo para que fuera aún más soberbio y le entregase la gestión de los asuntos trascendentales, y promulgó un decreto donde apelaba a todos los griegos, cualquiera que fuese su lugar de asentamiento, en Europa o en Asia, ya fuera una ciudad grande o pequeña, para que enviasen a Atenas a representantes que deliberasen sobre los santuarios griegos que habían incendiado los bárbaros y sobre los sacrificios que se debían ofrecer por Grecia, en respuesta a las promesas que se hicieron a los dioses cuando se luchaba contra los bárbaros, y acerca del mar, para todos pudieran navegar libremente y vivir en paz. [2] Con este fin, fueron enviados veinte hombres mayores de cincuenta años, de los que cinco invitaron a los jonios y los dorios de Asia, y a los habitantes de las islas, incluidas Lesbos y Rodas; otros cinco acudieron al Helesponto y a Tracia, hasta la región de Bizancio, y otros cinco de aquéllos fueron despachados a Beocia, Fócide y el Peloponeso y desde ahí, a través del país de los locrios, al territorio vecino, incluidas Acarnania y Ambracia. [3] Los restantes marcharon a través de Eubea hacia los eteos, el golfo Malieo, los aqueos de Ftiótide y los tesalios para convencerlos de que fueran y participaran en los consejos sobre la paz y el bienestar de Grecia. Pero nada se consiguió, ni acudieron las ciudades, porque los lacedemonios se opusieron secretamente, según se cuenta, cuando se sometió a prueba por primera vez el intento en el Peloponeso. He adjuntado este hecho para mostrar su forma de pensar y la grandeza de sus intenciones.

 

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Grecia en la Antigüedad


1227.

XVI

[1] Aunque Tucídides da cuenta clara de su poder, los comediógrafos lo muestran de forma maliciosa. Llaman «nuevos Pisistrátidas»[1] a los camaradas que lo rodeaban, lo exhortaban a que jurase que no incurriría en la tiranía, en la idea de que la preeminencia que tenía en la democracia era inconmensurable y bastante opresiva. [2] Teleclides dice que los atenienses le habían entregado:

los tributos de la ciudad y de las mismas ciudades. A las unas ataba y a las otras las desataba. De los muros de piedra, unos los construía, otros los derribaba luego a su vez, y los pactos, el poder, la fuerza, la paz, la riqueza y la prosperidad.

Y esto no fue un momento de apogeo y de gloria durante un régimen que durase el lapso de una estación del año, sino que a lo largo de cuarenta años mantuvo el liderazgo entre hombres como Efialtes, Leócrates, Mirónides, Cimón, Tólmides y Tucídides. [3] Tras la eliminación y destierro de Tucídides, a lo largo de no menos de quince años ocupó el poder y el gobierno con el cargo anual de estratego, que era personal y que no se podía compartir. Se cuidó a sí mismo de caer víctima del soborno, aunque no desatendiera en absoluto las cuestiones crematísticas. El patrimonio paterno y legal, ni lo soslayaba como si no le preocupara, ni le ocasionaba demasiados problemas, ni pérdida de tiempo cuando estaba atareado. Organizó su economía del modo que consideró más fácil y adecuado. [4] Vendía sus productos agrícolas anuales todos de una vez y luego, comprando cada cosa que necesitaba en el ágora, se procuraba los recursos para su vida diaria. Por ello, no fue apreciado por sus hijos adultos ni fue un proveedor generoso con sus mujeres, sino que era objeto de reproches por sus gastos dispuestos día a día y reducidos a lo más justo. No se producían excesos, como ocurre en una casa grande y con medios abundantes, sino que cada gasto, cada adquisición se sometía a cuentas y controles. [5] Había uno de sus esclavos, Evángelo, que, ya sea porque estaba bien dotado como ningún otro o porque había sido adiestrado por Pericles en economía, era quien mantenía en su totalidad semejante rigor. Esta actitud no concordaba con la de Anaxágoras, si es que es verdad que abandonó su casa y dejó su tierra sin labrar y pasto del ganado por su entrega y su mente privilegiada. [6] A mi juicio, no es lo mismo una vida contemplativa de filósofo que la de un político. El uno genera reflexiones sin necesidad de instrumentos y sin necesidad de materia exterior con vistas a gozar de bienes; al otro, que mezcla la virtud con las necesidades humanas, algunas veces le podría suceder que obtuviera su riqueza no sólo de las cosas necesarias, sino también de las buenas, como le ocurría a Pericles, que ayudaba a muchos de los pobres. [7] Dicen que Anaxágoras mismo, mientras Pericles se hallaba ocupado, perdido el interés y ya viejo, se tapó con su manto para dejarse morir. Al llegarle a Pericles la noticia, afectado, corrió al punto junto al hombre y le hizo toda clase de súplicas, lamentándose no por Anaxágoras, sino por él mismo, en el caso de que desapareciera semejante consejero del estado. Se dice que el filósofo, descubriéndose, le replicó: «Pericles, también los que necesitan una lámpara, vierten en ella aceite.»

[1] Descendientes del tirano Pisístrato.

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Recreación del ágora de Atenas


1226.

XV

[1] Así pues, cuando se hubieron eliminado las rencillas y la ciudad quedó como igualada y totalmente unida, hizo que Atenas y los asuntos que dependían de los atenienses giraran en torno a sí mismo: los tributos, los ejércitos, las trirremes, las islas, el mar, el vasto poder alcanzado entre los griegos y el vasto poder también entre los bárbaros, y la hegemonía fortalecida con los pueblos sometidos, la amistad de los reyes y las alianzas con los gobernantes extranjeros. [2] Entonces, ya no fue el mismo, ni igualmente dócil al pueblo ni presto a ceder y dejarse llevar por los deseos de la masa, como si fueran soplos del viento, sino que desde aquel alegre y en ocasiones relajado liderazgo, como una delicada y blanda armonía, forzó la creación de un régimen político aristocrático y propio de un rey, usándolo de forma rígida e inflexible con los mejores objetivos. [3] En la mayoría de las ocasiones, dirigía a un pueblo entregado mediante la persuasión y la instrucción; pero hubo momentos en que lo sometía, cuando el pueblo se enfadaba en exceso, soltando las riendas y llevándolo hacia lo conveniente. Imitaba espontáneamente a un médico que, ante una enfermedad complicada y prolongada, en unos momentos aplicaba lenitivos inocuos y en otros, remedios y curas dolorosas, pero salutíferas. [4] Como parece natural, al ser tan diversas las pasiones que nacían en una masa que poseía un poder tan grande, Pericles fue el único dotado por la naturaleza para gestionar adecuadamente cada asunto, sobre todo manejando la esperanza y el temor, como si fuera el timón[1], conteniendo su impulsividad, y aliviando y consolando su desánimo. Demostró que la retórica, como dice Platón, era un modo de conducir las almas y que su más importante tarea era la investigación sobre los caracteres y las pasiones, como entonaciones y notas del alma que precisan de un toque y un punteo afinados. [5] La causa fue no el poder en sí mismo, sino, como Tucídides dice, la fama y la confianza existente en el modo de vida de Pericles. Había llegado a tener, manifiestamente, reputación de insobornable y de ser más fuerte que el dinero. También, él hizo que la ciudad pasase de ser importante, a ser la más importante y la más rica, y se convirtió en un gobernante superior en poder a muchos reyes y tiranos, algunos de los cuales dispusieron que Pericles fuera el mentor de sus hijos. Y no incrementó su fortuna ni en una dracma respecto a la que le legó su padre.

[1] Téngase en cuenta que el timón en la Antigüedad lo conformaban dos grandes palas situadas a popa del navío.


1225.

XIV

[1] Los oradores del bando de Tucídides arremetían contra Pericles diciendo que dilapidaba el dinero y liquidaba los ingresos. Éste preguntó en la Asamblea al pueblo si parecía que gastaba mucho y los ciudadanos replicaron que muchísimo. «Entonces,» dijo «que se gaste a mi cuenta, no a la vuestra. Y a mi nombre estarán también las inscripciones de las dedicatorias.» [2] Una vez hubo dicho esto Pericles, ya fuera por admiración hacia su liberalidad, ya fuera por rivalizar en la gloria por la realización de las obras, profirieron en gritos animando a gastar del tesoro público y a subvencionar sin reparar en ningún dispendio. Finalmente, llevado a un debate con Tucídides sobre el ostracismo y situado al borde del peligro, consiguió desterrarlo y disolver la facción que se le oponía.


1224.

ΧΙΙΙ

[1] Las obras progresaban, soberbias en magnitud e inimitables en belleza y gracia. Los artesanos rivalizaban para que sus creaciones se superaran en maestría y su presteza era, sobre todo, admirable. Creían que cada una de sus obras apenas llegaría a su conclusión después de muchas generaciones y en el transcurso de muchas vidas, pero todas esas creaciones acabaron terminadas en el tiempo del apogeo de un solo régimen político. [2] Dicen que en una ocasión Zeuxis, tras oír a Agatarco, el pintor, ufanándose de la rapidez y facilidad con que ejecutaba sus figuras, le dijo: «Pues a mí me toma mucho tiempo». La maestría y la rapidez en la creación artística no otorga a la obra una entidad propia ni la concreción de su belleza. El tiempo prestado al esfuerzo para la creación corresponde al poder de conservación de lo creado. [3] Por ello también más asombran las obras de Pericles, por su larga permanencia, aunque fueran creadas en poco tiempo. Cada una de ellas era en aquel tiempo ya antigua por su belleza, pero por lozanía son hasta ahora recientes y nuevas. Así mantiene fresca siempre cierta novedad que conserva un aspecto incorruptible a través del tiempo, como si las obras tuviesen mezclados un espíritu siempre vigoroso y un alma que no envejece. [4] Fidias todo lo seleccionaba y todo lo supervisaba para Pericles, aunque las obras tenían grandes técnicos y artesanos. El Partenón, con sus cien pies de longitud[1], lo proyectaron Calícrates e Ictino; el telesterio[2] de Eleusis comenzó a edificarlo Corebo. Colocó las columnas en el suelo y las unió con los arquitrabes, y a su muerte, Metágenes, del demo de Jipeto, situó el friso y las columnas superiores. [5] La linterna sobre el santuario la culminó Jenocles, del demo de Colargo. El muro largo[3], sobre el que dice Sócrates mismo que oyó a Pericles exponer sus ideas, fue obra de Calícrates. El comediógrafo Cratino bromea sobre esto diciendo que avanzaba lentamente:

 

             Desde antiguo lo hace progresar

            con sus palabras Pericles, pero, de hecho, ni siquiera lo mueve.

 

El Odeón, cuya disposición interna presenta muchos asientos y columnas, y cuyo techado muestra un círculo en pendiente hacia abajo desde un punto central, se dice que es una imitación del pabellón del rey persa, y lo supervisó también Pericles. [6] Por eso, Cratino en su obra Las tracias vuelve a burlarse de él:

 

            Este Zeus de cabeza puntiaguda

            se acerca con el Odeón sobre su

            cráneo, ya que el ostracismo ha pasado de largo.

 

Dada su ansia de honores, Pericles decretó por primera vez un certamen musical para las Panateneas y él mismo, elegido promotor, dispuso cómo debían los concursantes tocar la flauta y la cítara, y cantar. Desde ese momento y en adelante, se celebraron en el Odeón los certámenes musicales. [7] Los Propíleos de la Acrópolis fueron terminados en cinco años con el arquitecto Mnesicles al mando. Un hecho afortunado y milagroso ocurrió durante la construcción que reveló que la diosa no se mostraba ajena a la obra, sino involucrada en ella y colaboradora en su culminación. [8] El más activo y comprometido de los artífices, perdió el pie y cayó desde las alturas para quedar en un pésimo estado y desahuciado por los médicos. En medio del desánimo de Pericles, la diosa se le apareció en sueños y le prescribió el tratamiento, mediante el que Pericles curó rápida y fácilmente al hombre. Por ello, precisamente, erigió la estatua de bronce de Atenea Higiea[4] en la Acrópolis, junto al altar que estaba allí antes, según se cuenta. [9] Fidias construyó la estatua dorada de la diosa y está inscrito su nombre como creador en la base. Como hemos dicho, casi todo dependía de él y supervisaba a todos los artesanos gracias a su amistad con Pericles. Esto provocó en unos la envidia y en otros la calumnia de que Fidias admitía que mujeres libres tuvieran encuentros con Pericles en las obras. [10] Los comediógrafos se quedaron con esta historia y divulgaron muchas obscenidades sobre él, difamando a la esposa de Menipo, amigo y subordinado de Pericles en el generalato, y la afición a la cría de aves de Pirilampes, que era compañero de Pericles, con la acusación de que sobornaba con pavos reales a las mujeres a las que Pericles de acercaba. [11] ¿Por qué alguien se asombraría de que hombres de vidas cercanas a la de los Sátiros ofrecieran continuamente en sacrificio a la envidia, como a una divinidad malvada, sus blasfemias dirigidas contra personas mejores que ellos, cuando Estesímbroto de Tasos osó hacer público un terrible y ficticio acto impío contra Pericles relacionado con la mujer de su propio hijo? [12] De este modo, parece que la verdad es muy complicada y difícil de encontrar para la historia, cuando quienes vienen detrás tienen el tiempo como encubridor del conocimiento de los hechos; pero es que la historia de los hechos y las vidas contemporáneas, ya sea por las envidias y los odios, ya sea por la gratitud y la adulación, ultraja y distorsiona la verdad.

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Reconstrucción de la Atenea de Fidias en el Partenón recreado en Nashvile (EE.UU.) a fines del siglo XIX

[1] El Partenón mide 70 metros de largo por 30 de ancho.

[2] El templo de Eleusis, lugar donde tenían lugar las ceremonias de iniciación de los ritos mistéricos eleusinos.

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Telesterion de Eleusis

[3] Muralla que protegía el camino desde Atenas a El Pireo, que medía 40 estadios, unos 7835 metros.

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Muros largos

[4] Atenea Salutífera.

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El Odeón

 


1223.

XII

[1] Pero lo que aportó muchísima complacencia y ornato a Atenas, y el mayor asombro a los hombres, y lo único que a Grecia le da testimonio de que aquel llamado poderío suyo y la vieja prosperidad no eran mentira, es la construcción de monumentos. Este hecho fue objeto de crítica por parte de sus enemigos, mucho más que las medidas políticas de Pericles, y fue objeto de calumnias en las convocatorias de la asamblea. Gritaban que el pueblo ateniense había perdido su honor y adquirido mala fama por haber transferido el tesoro común de los griegos desde Delos hacia su propio tesoro[1]. [2] La más ajustada excusa de Pericles frente a los que lo acusaban fue que por temor a los bárbaros se llevó de allí el tesoro común para guardarlo en un lugar fuertemente protegido. Ese pretexto adujo. Parece ser que Grecia fue insultada con este terrible insulto y que sufrió una tiranía de forma evidente, al ver que con sus contribuciones forzosas para la guerra nosotros enriquecíamos la ciudad y la embellecíamos, como una mujer presumida que luce piedras preciosas, con estatuas y templos que costaban miles de talentos[2]. [3] Pericles enseñaba al pueblo que el tesoro no les servía a los aliados puesto que los atenienses combatían por ellos y mantenían alejados a los bárbaros sin que ellos pagasen como tributo ni un caballo, una nave o un hoplita, sino sólo dinero, recursos que no son de quienes los dan, sino de quienes los reciben, si los suministran como pago por lo que reciben. [4] Una vez equipada suficientemente la ciudad de lo necesario para la guerra, se debía atender para su prosperidad a aquello que generase fama imperecedera, y cuando se haya logrado, la prosperidad estará al alcance. Aparecieron toda clase de actividades y múltiples necesidades que despertaron todas las artes y movieron todas las manos, y convirtieron a casi toda la ciudad en asalariada, embellecida y alimentada al tiempo por sí misma. [5] A quienes tenían la juventud y la fuerza, las campañas militares les proporcionaban prosperidad con fondos públicos. Deseando que la masa indisciplinada y obrera no careciera de su parte en los subsidios ni que los ganara sin trabajar y ociosa, Pericles planeó grandes intervenciones en la construcción y proyectos en muchos campos que procuraban una ocupación, y los presentó al pueblo a fin de que quien se quedaba en casa tuviera excusa para beneficiarse y participar del dinero público, y en ningún caso de forma menos provechosa que quienes estaban en la mar, de guarnición o en el ejército. [6] Cuando los materiales eran la piedra, el bronce, el marfil, el ébano, el ciprés, las artes que las trabajaban y elaboraban estaban en manos de carpinteros, escultores, broncistas, pedreros, tintoreros, artesanos del oro y del marfil, pintores, bordadores, tallistas. Por otra parte, había suministradores, transportistas, comerciantes, y marineros y pilotos en la mar. [7] En tierra, había constructores de carros, boyeros, cocheros, cordeleros, lineros, curtidores, peones camineros, metalúrgicos. Cada arte tenía organizada, como un general su propio ejército, una masa particular de menestrales, que se había convertido en un instrumento y un cuerpo de servidores. Las ocupaciones, por así decir, distribuían y repartían prosperidad a gentes de toda edad y condición[3].

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El Imperio Ateniense es la consecuencia de la Liga de Delos

[1] En el año 454 a.C. por orden de Pericles, se trasladó a Atenas el tesoro de la Liga de Delos, constituida por muchas de las ciudades griegas tras las Guerras Médicas como alianza defensiva contra los persas. La excusa era que estaría más seguro en la Acrópolis que en la isla de Delos. Este dinero sirvió a Pericles para financiar su programa de grandes construcciones monumentales.

[2] El talento ateniense del siglo V a.C. equivalía a unos 26 kg. de plata. Al precio que está la plata al día 23 septiembre de 2019, hoy en día serían unos 13.630,24 € (el kilogramo de plata está hoy a 524,24€).

[3] Debo pedir perdón por hacer un comentario en este lugar. Como el lector avezado habrá podido advertir, estamos ante lo que puede ser (quizás las pirámides egipcias fueran anteriores) el primer ejemplo de keynesianismo en la historia. Como decían los romanos, nihil sub sole nouum, (Eclesiastés, 1:9). o dicho en la versión griega de los Setenta que sirvió de fuente a la traducción latina: καὶ οὐκ ἔστι πᾶν πρόσφατον ὑπὸ τὸν ἥλιον.


1222.

XI

[1] Los aristócratas veían desde hacía tiempo que Pericles se había convertido ya en el más poderoso de los ciudadanos. Queriendo, no obstante, que un miembro de su partido fuera el que se le opusiera en la ciudad y que debilitara su poderío, para que no se convirtiera en una monarquía íntegra, le contrapusieron a Tucídides, del demo de Alopece, hombre prudente y pariente de Cimón, para que le enfrentara. Era éste inferior a Cimón en la guerra, [2] pero superior en la oratoria y en la política. Mirando por la ciudad y enzarzándose con Pericles en la tribuna, rápidamente consiguió reestablecer el equilibrio en el gobierno. No dejó que los hombres llamados buenos y nobles se mezclaran con el pueblo, como antes, porque rebajaban su dignidad ante la masa, y poniéndolos aparte y concentrando en un solo partido todo su poder, que había llegado a ser grande, creó una especie de equilibrio como un yugo. [3] Desde el principio hubo una doble hendidura, como en el hierro, que sugería la diferencia entre las facciones democrática y aristocrática. Las rencillas y ambiciones de aquellos hombres dividieron la ciudad profundamente y creó la denominación de los unos como «el pueblo» y de los otros como «los oligarcas». [4] Por eso, fundamentalmente, Pericles entonces le soltó las riendas al pueblo y gobernó pensando en su favor. Siempre maquinaba para que hubiera algún espectáculo, algún banquete o procesión por las calles, «divirtiendo con toscos placeres»[1] a la ciudad. Anualmente, hacía zarpar sesenta trirremes en las que navegaban muchos ciudadanos con los gastos pagados durante ocho meses para que aprendieran y practicaran la disciplina náutica. [5] Además de esto, despachó al Quersoneso miles de colonos; quinientos, a Naxos; la mitad de esta cantidad, a Andros; miles a Tracia para que convivieran con los bisaltas; otros, a Italia, donde estuvo situada Síbaris[2], a una colonia que llamaron Turios. Estas cosas las hacía para aliviar a la ciudad de una chusma holgazana y entrometida a causa del ocio, y para subsanar la pobreza del pueblo. También lo hacía para atemorizar y vigilar a los aliados a fin de que no se revolvieran.

[1] En griego es un verso procedente de un autor desconocido.

[2] Síbaris había sido destruida en el año 510 a.C. en el curso de una guerra con la vecina Crotona.

Bisaltas

Emplazamiento del pueblo de los bisaltas

Síbaris & Crotona

Síbaris y Crotona


1221.

X

[1] El ostracismo tenía decretado por ley el exilio durante diez años. En el transcurso de ese tiempo, los lacedemonios invadieron la región de Tanagra[1] con un gran ejército y los atenienses inmediatamente salieron contra ellos. Cimón, regresando de su exilio, situó sus armas junto con los hombres de su tribu en la línea de batalla con el deseo de borrar la acusación de laconismo mediante sus obras y arriesgándose al lado de sus conciudadanos; pero los amigos de Pericles se agruparon y lo expulsaron por ser un exiliado. [2] Debido a ese motivo, parece ser que Pericles luchó muy arrojadamente en aquella batalla y se convirtió en el combatiente más ilustre porque no evitó la muerte. Todos los amigos de Cimón cayeron hasta el último hombre, a quienes Pericles había acusado también de laconismo. Los atenienses sintieron un profundo arrepentimiento y añoraron a Cimón, al ser derrotados en los bordes del Ática y por la expectativa de una guerra sangrienta a la llegada de la primavera. [3] Pericles, entonces, se dio cuenta y no dudó en agradar al pueblo. Él mismo escribió el decreto por el que llamaba al hombre y aquél, con su regreso, trajo la paz entre las dos ciudades, porque los lacedemonios le eran favorables, del mismo modo que odiaban a Pericles y al resto de los jefes de la facción popular. [4] Algunos dicen que Pericles no decretó el retorno de Cimón hasta que no se suscribió un acuerdo secreto entre ellos a través de Elpinice, la hermana de Cimón, de modo que Cimón debía zarpar al mando de doscientas naves y debía comandar las campañas en el extranjero para asolar la tierra del rey persa, con idea de que Pericles se hiciera con el poder en la ciudad. [5] Parece, también, que antes Elpinice había ablandado el ánimo de Pericles respecto a Cimón durante su defensa ante la pena capital. Uno de los acusadores propuestos por el pueblo era Pericles. Elpinice llegó ante él entre súplicas y él, sonriendo, le dijo: «Elpinice, eres una mujer anciana, una mujer anciana, como para hacer tamañas tareas.» Sin embargo, sólo se levantó para hablar una vez, hizo una propuesta para salir del paso y se retiró tras perjudicar mínimamente a Cimón entre los acusadores. [6] ¿Cómo, por tanto, podríamos creer a Idomeneo cuando acusa a Pericles de haber asesinado a Efialtes, jefe de la facción popular, del que era amigo y compañero de partido político, a causa de los celos y la envidia que sentía por su fama? Ignoro de dónde sacó tales acusaciones y las arrojó contra ese hombre como si fuera hiel, alguien que no era completamente irreprochable tal vez, pero que tenía una naturaleza noble y un alma generosa, en las que no reside ninguna emoción tan cruel o salvaje. [7] A Efialtes, que fue temido por el partido oligárquico y que era inexorable respecto a las responsabilidades y las denuncias de quienes cometían injusticias con el pueblo, lo mataron a escondidas sus enemigos en una conspiración a manos de Aristódico de Tanagra, como tiene dicho Aristóteles. En cuanto a Cimón, murió en Chipre mientras ejercía el mando de general.

[1] Año 457 a.C.

Sin título


1220.

IX

[1] Tucídides señala que la política de Pericles era en cierto modo aristocrática, «ya que era de palabra una democracia, pero de hecho era el gobierno de un solo hombre.»[1] Otros muchos dicen que por primera vez bajo su mando al pueblo se le suministraron lotes de tierra en las colonias, subsidios para asistencia a espectáculos y dietas para los cargos públicos, de tal modo que con aquellas medidas políticas se acostumbró mal y se volvió caprichoso e insaciable en lugar de juicioso y trabajador. Veamos a través de los mismos hechos la causa del cambio. En principio, [2] como quedó dicho, alineándose en contra de la fama de Cimón, se ganó al pueblo, pero dado que era inferior a éste en riqueza y recursos, medios con los que conquistaba a los pobres suministrando diariamente comida a aquel ateniense que lo necesitara, vistiendo a los ancianos, quitando las cercas de los campos para que pudieran recoger sus frutos quienes lo quisieran, Pericles, derrotado por tales mañas demagógicas, recurrió a la distribución de dinero público por consejo de Damónides, del demo de Oa, según tiene dicho Aristóteles. [3] Rápidamente, compró a la masa con subsidios para asistir a los espectáculos, dietas para ser jurados y otros pagos y subvenciones, y usó esos medios contra el Consejo del Areópago, del que no era miembro porque no le había correspondido en el sorteo: ni el cargo arconte epónimo, arconte tesmoteta, arconte rey ni arconte polemarco.[2] Estos cargos eran adjudicados desde antiguo por sorteo y mediante éste los admitidos accedían al Areópago. [4] Con esto, adquirió más fuerza Pericles entre el pueblo y se sobrepuso al Areópago. Éste había sido privado ya por Efialtes de la mayoría de sus competencias. Cimón, por su parte, fue condenado al ostracismo con las acusaciones de laconismo[3] y de odiar al pueblo, un hombre que para nada carecía de riqueza y noble linaje, que había vencido en las más brillantes victorias a los bárbaros y que había llenado la ciudad de abundantes riquezas y botín, como he dejado escrito en su biografía. Tan grande era el poder de Pericles con el pueblo.

[1] Aquí se trata del historiador. La cita está tomada de su Historia de la Guerra del Peloponeso,II 65.9.

[2] El Consejo del Areópago era el órgano de gobierno del régimen aristocrático ateniense. Se llamaba así por el lugar donde se reunía: la Colina de Ares. Los integraban nueve miembros. El principal era el arconte epónimo, que daba nombre al año en que ejercía el poder. El arconte rey era encargado de los ritos religiosos y el polemarca era el jefe del ejército. Finalmente, había seis tesmotetas, que actuaban de apoyo a los mencionados.

[3] «Laconismo» era la acusación de ser amigo de los espartanos.

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El Areópago hoy


1219.

VIII

[1] Afinando una elocuencia, como si fuera un instrumento musical, que se ajustaba a su forma de vida y a la magnitud de su inteligencia, intercalaba por doquier a Anaxágoras, como si vertiera en su oratoria la ciencia natural cual una tintura. Como dice el divino Platón: «adquiriendo junto a su apostura esa elevación intelectual y su completa efectividad» gracias a la ciencia de la naturaleza. Aplicando esos recursos al arte de la retórica destacó con mucho sobre todos. [2] Por ello dicen que se ganó su apodo, si bien unos creen que se le llamaba «Olímpico» por las construcciones con las que adornó la ciudad y otros por su poder político y militar, y no resulta carente de razón que la fama del hombre fuera el resultado de la concurrencia de muchas cualidades. [3] Las comedias de los autores de entonces muestran, con los muchos y jocosos versos dejados afanosamente para él, que el apodo se generó sobre todo por su oratoria. Dicen que él «truena y relampaguea», cuando se dirige al pueblo, y que «lleva un temible rayo en su lengua.»[1] También se recuerda un discurso de Tucídides, el hijo de Melesias[2], pronunciado entre bromas sobre la habilidad de Pericles. [4] Fue Tucídides un hombre honrado y noble y se opuso durante muchísimo tiempo a Pericles. Arquídamo, rey de los lacedemonios, preguntado sobre si él o Pericles era el mejor luchador, dijo: «cuando lo derribo en el combate, él me contradice y replica que no ha caído. Así vence y persuade a los espectadores.» No sólo eso, sino que también era atinado Pericles en la oratoria, de modo que siempre, cuando subía a la tribuna, rogaba a los dioses que ni una sola palabra saliera involuntariamente de su boca que no se ajustara al asunto propuesto. [5] No dejó nada escrito, salvo sus decretos, y se recuerdan muy escasas palabras suyas, como cuando exhortó a segregar Egina de El Pireo cual una legaña; o cuando dijo que veía la guerra acercándose desde el Peloponeso. En otra ocasión, siendo estratego con Sófocles, mientras navegaban juntos, éste alabó a un hermoso muchacho. «Un estratego no sólo» replicó Pericles «debe tener las manos puras, sino también los ojos.» [6] Estesímbroto dice que durante un encomio a los muertos en Samos afirmó desde la tribuna que se habían vuelto inmortales como los dioses, porque a éstos no los vemos, pero por la dignidad que tienen y los bienes que nos proporcionan, conjeturamos que son inmortales; pues bien, esto mismo sucede con aquellos que mueren por la patria.

[1] Rayos, truenos y relámpagos son expresiones de la cólera de Zeus, rey y señor del Olimpo.

[2] No confundir con Tucídides, hijo de Oloro, el historiador.