1524.

CONSTANTINO VII PORFIROGÉNETA

VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I

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Había un pájaro en una jaula que estaba colgada en el Palacio, imitador y vocinglero, llamado loro, que, ya fuera enseñado por algunos, ya fuera por otro motivo, con frecuencia decía: «¡Ay, ay, mi señor León!» En una ocasión, mientras se celebraba un banquete por parte del emperador en compañía de los próceres del Senado, los invitados se estuvieron mostrando sombríos y, abandonando la diversión, se sentaron meditabundos. El emperador se dio cuenta y les preguntó la razón de su abstención en comer las viandas. Ellos, con los ojos llenos de lágrimas, dijeron: «¿Qué alimentos vamos a tomar mientras somos objeto de reproches en la voz de ese animal nosotros, personas racionales y leales a nuestro señor. Ése llama a su amo y nosotros disfrutamos y, mientras, nos olvidamos de un señor que nunca cometió injusticia. Porque, si se demostrase que ha delinquido y que ha preparado su diestra contra la persona de su padre, todos nosotros seríamos sus ejecutores y nos saciaríamos con su sangre. No obstante, si evadiera la prueba de los delitos de los que se le acusa, ¿hasta cuándo la lengua difamadora tendrá poder contra él?» El emperador se sintió reblandecido por tales palabras y los ordenó entonces que se sentaran y les prometió que investigaría el caso. Tras no mucho tiempo, retornó a su natural, lo sacó de prisión y lo trajo a su presencia. Cambió sus ropajes de duelo, ordenó que la parte sobrante de su cabello, que había crecido durante sus pesares, fuera cortada y le restituyó su orden jerárquico en la corte y su honor.



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