1000.

Hace seis años empezaste este blog. Nunca hubieras supuesto que un día llegarías a numerar con el 1.000 las entradas que has ido construyendo. Todo comenzó un 27 de enero de 2010. Hoy no hay comentario aquí, ni relato, ni pensamientos. Sólo la intención, por el momento, de seguir adelante y de dar las gracias a quienes te leen.


999.

HISTORIA DE UNA VOCACIÓN

RECUERDOS DE UN HELENISTA AFICIONADO

61

En el verano de 1982 tuvo lugar el acontecimiento tanto tiempo esperado. Viajé por primera vez a Grecia. Fue sólo una semana en Atenas. Allí me esperaba un amigo que llevaba tiempo en la ciudad y que, a su vez, tenía amistades del lugar que me hicieron de guía. Iba con el cerebro lavado y con unas anteojeras que me impidieron ver la realidad. Todo me pareció fantástico. La ciudad, vibrante; la gente, amistosa, llana, vital; las ruinas, fascinantes; los museos, extraordinarios; la región del Ática, asombrosa; el teatro de Epidauro y la representación a la que fuimos, arrebatadores. Sólo con el paso del tiempo y la madurez pude llegar a captar que la ciudad de Atenas es caótica y fea, cuya contaminación en aquellos días podía mascarse en la boca, por no añadir el calor sofocante que reinaba; los griegos, en su mayoría desorganizados, incívicos, con esa supuesta apertura que no tapa el fracaso colectivo como sociedad moderna, fenómeno similar al de España; las ruinas, decepcionantes por lo que tenían de gloria marchita, y acosadas por miríadas de turistas; los museos, modestos en comparación con lo que hay disperso por el mundo e igualmente intransitables por el turismo; la región del Ática, copia de la ciudad de Atenas; la representación en Epidauro, a la altura de las circunstancias si no fuera porque el teatro estaba lleno de guiris que aguantaban estoicamente (por ser extranjeros) una obra cuyo texto no entendían. Lo mejor, sin duda, la cocina y la hospitalidad. En suma, mi experiencia fue positiva y disfruté enormemente esa escueta semana. Volví a mi casa con la intención de repetir. Fue la primera de las tres ocasiones que visité el país de mis sueños. La segunda fue el verano del año siguiente durante el cual pateé en compañía del mismo amigo del año anterior buena parte del Peloponeso y del norte de Creta. Durante un mes anduvimos azacaneados con las mochilas al hombro en autobuses, albergues de juventud y un cobertizo donde nos comieron los mosquitos esperando la llegada de un barco que nunca llegó. También disfruté enormemente la experiencia, más aún ya que tuve la oportunidad de sumergirme en el país, apartado de esa macrourbe llamada Atenas y contactar con la gente de forma directa. Mis opiniones sobre Grecia y los griegos se confirmaron y ese mes queda para mi memoria como un tiempo maravilloso. La juventud tiene esas cosas. La tercera ocasión fue ya en el año 1990 en el que estuve durante un mes en Atenas, también con ese amigo, esta vez con una ayuda de la Consejería de Educación y con el objetivo de recopilar material para mi tesis en el Centro de Investigaciones Bizantinas. El proyecto estaba pensado que me ocupara tres meses, pero al primero ya estaba cumplida mi misión, así que volví y renuncié a los otros dos meses de licencia. Como ya había sustituto contratado, me permitieron gozar de esos dos meses en mi casa. Con todo, ese comportamiento fue la causa, creo, de que ya nunca más me volvieran a conceder una licencia con ayuda económica, mientras que a otros conocidos se las renovaron varios años sucesivos. Lo mejor de esta tercera ocasión fue vivir Atenas en el mes de noviembre. Mi natural melancólico apreció ese camino diario entre la lluvia, la humedad y las hojas muertas que me llevaba del modesto hotel donde estábamos hospedados casi a los pies de la Acrópolis hasta el Centro de Investigaciones Bizantinas a través del Jardín Nacional.

 

 


998.

CARTA

 Alarga el brazo y enciende la lámpara de estudio que hay en la mesa. Está anocheciendo. La pantalla del ordenador lanza a su rostro una pálida llamarada en ese intervalo entre la tarde y la noche, antes de que la bombilla ilumine el entorno. El hombre pone sus codos en la mesa y observa el exterior a través del ventanal, grande, ambicioso, que se expande al otro lado de la máquina. Lleva peleando desde hace tiempo con el objeto del que va a ser su próximo libro. Nada original en cuanto al género y al enfoque. Muchos le tienen escrita una carta al padre muerto donde ajustan cuentas, le recriminan actuaciones, saldan viejas incomprensiones. Incluso hay quien, al final, se muestra indulgente y acepta el hecho de que nadie puede luchar contra sus hados, la principal de cuyas manifestaciones es el carácter, como bien dice Heráclito el Oscuro. Pasan los días y de su cabeza no salen sino tópicos sobre ese drama tan común donde un hijo antagoniza con un padre ausente ante una sala que se espera llena de lectores espectadores. La creatividad no brota, se resiste y eso le alarma. Hasta ese momento, las ideas estallan en su cabeza. Las tramas, los personajes, los ambientes nunca se le resisten en sus novelas y relatos; ni las ocurrencias brillantes en sus ensayos y artículos en prensa. No es porque no tenga reproches que hacerle a aquel padre que siempre ignora a sus hijos, que los deposita al margen de su vida, que engaña a su madre, tan sumisa, tan bondadosa, con amantes. Tampoco le faltan dardos que disparar contra su excesiva afición al ron y a los puros caros, descargada sobre una economía familiar que debido a su incuria, nunca fue boyante. La esposa entra en la habitación. Al fondo se oye la voz de una criatura de pocos años. Tan pocos que todavía hace falta que la hija, madre de la niña, haga funciones de intérprete para entender lo que su cerebro inmaduro expresa. Las tres reclaman su presencia. Hay café, batido de chocolate y dulces en la mesa del salón esperando que acuda para merendar. El escritor cierra el documento en blanco sin guardar unos cambios que no han sucedido, apaga el ordenador, la luz y concluye que es buen momento para ir pensando en su siguiente novela.


997.

RTVE está programando una serie de informativos sobre las misiones que las Fuerzas Armadas Españolas llevan a cabo en diversos países extranjeros. Localizaste la primera de casualidad, ya que su horario no es demasiado accesible y tampoco le han hecho apenas publicidad en la cadena. Con todo, te has enganchado y has visto todos los programas gracias a la aplicación “RTVE a la carta.” Te vienen a la memoria unas escenas de un telediario hace años. A la puerta de la salida de vuelos internacionales de un aeropuerto se congrega una masa de gente con pancartas y notoria animación. Se abren las puertas y comienza a salir un grupo de militares españoles con sus uniformes de camuflaje y sus mochilas a la espalda. Pasan junto a la masa y nadie repara en ellos. Al poco, hacen acto de presencia unos futbolistas y la masa se agita y estalla en vítores. Comparo esa escena con un vídeo que se difundía por aquellos tiempos en el que un grupo de militares estadounidenses protagoniza idéntica aparición. Uno de los presentes en la sala, al verlos, empieza a aplaudirles. Su acto, inmediatamente, provoca que todos los presentes secunden esa reacción y los militares se vean envueltos en una aclamación general. Lo que revelan los programas de la RTVE no responde plenamente a la verdad. Conoces a quien ha estado de misión y ni los medios ni el ambiente son tan idílicos, pero estás de acuerdo en lo que un columnista ha dicho. En estos momentos, esos compatriotas con uniforme puede que sean lo mejor de España, aunque nadie se lo reconozca.


996.

HISTORIA DE UNA VOCACIÓN

RECUERDOS DE UN HELENISTA AFICIONADO

 60

Al cabo de un tiempo cuya duración no recuerdo, comenzaron a salir en la prensa libre los casos de corrupción socialista. Luego, empecé a sufrir las consecuencias de la política socialista en la instrucción pública, una de cuyas más relevantes muestras era el odio hacia el cuerpo de catedráticos de Bachillerato. Estos acontecimientos y la propia madurez me hicieron regresar a mi posición ideológica de siempre y abandonar las utopías de izquierda y sus tristes consecuencias sociales. Respecto a los catedráticos, desde el primer momento vinieron por nosotros. La primera línea de batalla estaba en el asunto de las asignaturas afines. Cada inicio de curso, la administración socialista intentaba hacernos dar materias ajenas a nuestra especialización. En este sentido, los catedráticos de griego éramos los más afectados porque difícilmente se podía completar un horario con nuestra materia en la mayoría de los institutos. Hasta el curso 2000-2001 (que recuerde) conseguí mantenerme virgen en este asunto. Pero la lucha era agotadora. La situación resultó todavía más indignante cuando se pudo comprobar que las promesas progres de reducir los cuerpos docentes a uno solo eran una cortina de humo para tapar otras intenciones menos desinteresadas. La animadversión hacia los catedráticos de Bachillerato no escondía sino el interés de que los afiliados al partido pudieran acceder a tal categoría sin tener que someterse a unas oposiciones muy duras que hoy en día no superaría la casi totalidad de los aspirantes a una plaza de profesor titular de Universidad. Inventaron los cerebros socialistas ese engendro de la  “condición de catedrático” dentro del  cuerpo único de profesores de educación secundaria, de modo que mediante un concurso de méritos cuya mayor puntuación provenía de un baremo subjetivo otorgaba tal condición a aquellos aspirantes favorecidos por el dedo del compañero del PSOE o de la UGT. No digo que en medio de la vorágine ascendieran a tal condición gente independiente con méritos, pero esas personas no eran más que la coartada inevitable para recubrir de cierta legitimidad la maniobra clientelar. Algo parecido sucedió con el cuerpo de inspectores. Todo este movimiento se enmarcaba en el proyecto de transformación del sistema educativo mediante la introducción de la malhadada LOGSE, que pretendía acabar con un sistema tachado de franquista e instaurar otro cuyos fundamentos y objetivos no eran crear ciudadanos libres e informados, sino buenos y leales súbditos del PSOE. Tardé, pues, algún tiempo en caerme del guindo y, como sucede en la especie humana, ello sucedió cuando los altos ideales fueron mancillados por el atentado a los intereses particulares. Mucho me había costado llegar a ser catedrático de Bachillerato para que unos indocumentados estuvieran a mi misma altura profesionalmente. En todo caso, creo que esta degradación no me hubiera resultado tan humillante si no hubiera venido acompañada por la degradación profesional al perder el derecho a no impartir asignaturas afines, a tener que hacer proselitismo en el aula de la ideología socialista y a tener que bregar con alumnos cuyo perfil no era el que correspondía a mi formación.


995.

HISTORIA DE UNA VOCACIÓN

RECUERDOS DE UN HELENISTA AFICIONADO

59

La única vez en mi vida que tuve veleidades progres fue en el período que va desde 1982 a 1983 u 1984. Venía del servicio militar y del intento de golpe de estado de febrero de 1981 con una mentalidad antimilitarista y, en consecuencia, escorada a la izquierda. Buena parte de España y de Andalucía hervía en esperanza cuando en 1982 ganaron las elecciones el PSOE de Felipe González y el Clan de la Tortilla. La ingenuidad de un pueblo desacostumbrado a la democracia y a ese invento carpetovetónico llamado “Autonomía” propició que se creyera en el poder taumatúrgico de la política. Desgraciadamente, en estos últimos tiempos parece que esa ingenuidad no ha desaparecido y mis compatriotas todavía siguen creyendo que la política en esa versión específica llamada “democracia” es un bálsamo de Fierabrás que todo lo cura, quedando así a merced de cualquier profesional de la política con las consabidas ansias de poder y su falta de escrúpulos para obtenerlo. En todo caso, yo también caí en la trampa y pensé que la izquierda y la autonomía eran la solución a todos los males colectivos y particulares de la Humanidad. Esa creencia se traslucía también en mi actitud como profesor y en mi manera de enfocar la transmisión del legado de la antigüedad helénica. Mis clases estaban imbuidas de un ambiente cercano a las utopías pedagógicas. Gracias a que el alumnado estaba compuesto por una gente de mente sana y, en muchos casos, inocente, aquello no se desmadró nunca. Empecé a conocer el ambiente secreto de las salas de profesores y la sintaxis particular del gremio docente. Tuve encontronazos con compañeros más clásicos en su concepción de la instrucción pública y aquiescencia con el sector progre. Ese fue otro resultado de mi actitud, tan descarriada, el ser sumado inmediatamente dentro del colectivo afín al PSOE que todavía en aquellos tiempo ejercía profesiones honradas, antes de que el tingladillo de la autonomía andaluza los extrajera a todos del rancio ambiente del aula y los depositara en confortables despachos con pareja nueva, moqueta y secretaria. Fui durante aquellos años, lo reconozco, fiel marioneta de un grupo cuyos objetivos eran convertir a Andalucía en lo que es actualmente, un reducto socialista donde campan el adocenamiento, el clientelismo, la subvención, la corrupción y el control de la sociedad en todas sus manifestaciones. Con todo, obra en mi haber el hecho de que nunca me afilié ni me sentí comprometido con el proyecto socialista andaluz más allá del seguidismo en la organización del instituto donde trabajaba.


994.

La única estrategia válida contra el neocomunismo es cegar sus vías de comunicación. Con ellos no se puede dialogar. El diálogo requiere la aceptación por parte de cada interlocutor de la razón como criterio de validación de los juicios. Una razón que se basa en los tres principios aristotélicos: el tercero excluido, el principio de identidad y el de no contradicción. Luego, la cualidad dialéctica consiste en idear y manejar recursos para demostrar que su oponente atenta contra alguno de esos tres principios. Los neocomunistas, sin embargo, como bien demuestra este artículo, no aceptan la razón como fundamento del diálogo, sino que recurren a otros dos criterios: la descalificación personal del oponente y el recurso a las emociones elementales del ser humano. Y contra estos procedimientos no hay argumentación posible. Si para rebatir sus opiniones se dice del contrario que es más feo que Picio, que es más malo que un dolor o que quiere matar de hambre a la gente, es casi imposible erigir argumentos que acudan al núcleo de las cosas para iluminarlas desde un punto de vista u otro. Hay que reconocer su habilidad política (entiéndase “política” como la técnica de obtener el poder y mantenerlo), ya que gracias a las neurociencias sabemos que los seres humanos nos movemos fundamentalmente por las emociones. Este hecho, sin embargo, no invalida la necesidad de acudir a la razón como única posible vía para establecer acuerdos. Por todo ello, el diálogo es inútil y la única opción posible es callarles y excluirles con todos los medios que la legislación vigente permite. Es el arma a su medida, porque se trata del modo en que ellos combaten a sus enemigos. Previamente al poder, intentan callar con los recursos antes descritos a sus enemigos y una vez copado el poder, crean una legislación liberticida que sustenta su eliminación total.


993.

En las acciones llevadas a cabo diariamente, en el momento concreto de gobernar, se demuestra que la verdadera cara de los neocomunistas tiene el rictus del poder. Ese pueblo al que dicen servir, les importa un comino. Más importante es el seguir las indicaciones de su ideología, único camino, verdad y guía para obtener sus objetivos. Esta aserción tiene una de sus pruebas en el ansia vengadora de cambiar los nombres de las calles en aquellos casos en que sus titulares tengan algo que ver con el régimen del general Franco. Si realmente les importara el pueblo, o la gente, no harían nada. Primaría el interés de unas personas cuya inmensa mayoría ignora quién es ese personaje cuyo nombre figura en la calle donde viven y a las que, en última instancia, les trae al pairo que fuera o no franquista. Si preguntaran, como pregonan, estás seguro de que la mayor parte preferiría no verse sometida a la tortura de cambiar el nombre de su calle en los infinitos papeles a los que la burocracia del estado y la complejidad de la vida moderna nos condenan, antes que vengarse de aquellos que vencieron hace casi cien años a los bisabuelos de quienes hoy dictan las normas.


992.

A veces, entre los escombros de nuestra civilización, te topas con rescoldos del espíritu de la vieja Europa. Y te sorprende, aún más cuando brillan en el seno de un pueblo tan políticamente correcto como el noruego.


991.

HOMBRE

Cierra el portalón sur de la nave una vez lanzado al exterior el cuerpo. El hombre que aprieta los botones no se preocupa de envolverlo en ningún sudario. Por supuesto, nada de ataúdes ni objetos que a estas alturas son preciosos. El muerto se aleja de la nave, destacado en la negrura del cosmos por la claridad ajada de su ropa. No flota como un guiñapo, ni ejecutando aspavientos ridículos, sino rígido, estirado, diríase que solemne. El hombre se pregunta si allá fuera los organismos que finiquitan la materia del cuerpo abandonado por la vida pueden ejercer su labor. Lo más probable es que ese cuerpo consiga una eternidad incorrupta, tal vez momificado; tal vez, objeto de estudio para alguna especie de habitantes del espacio que se encontrarán con él en un plazo de varios millones de años. Terminada la faena, el hombre se vuelve lentamente y sale de la estancia. Sus pasos a través de los túneles y de los pasillos de la nave retumban suavemente. Es el único ruido de la nave, aparte de los zumbidos que atestiguan el funcionamiento de los soportes vitales. Hace tiempo que dejan de oírse otras voces. Primero son los sonidos emitidos por los animales; luego, las voces de los niños; luego, las de las mujeres. Voces estas cuya ausencia más siente el hombre mientras camina en dirección a su cámara. Aunque bien podría acomodarse en alguna otra de las cientos que tiene la nave. Todas vacías. Si por él fuera, dejaría de cultivar en los huertos, de fabricar proteínas en el laboratorio, de renovar el agua y controlar la sala de oxígeno. Todos de un tamaño tan excesivo para un solo ser humano, que queda abrumado cuando entra en sus recintos. Ya no habrá más funerales en la nave porque el hombre es el último ocupante. Al igual que aquel cuerpo ahora vagando por el espacio, la nave será hallada en millones de años por otros seres vivos y será estudiada. Y se preguntarán dónde están los tripulantes de ese armatoste inmenso que navega errante entre las galaxias cuyo origen, destino y errores podrán conocer gracias a los archivos. Y se extrañarán de que haya sólo un esqueleto perdido en algún rincón cuya calavera, a pesar de la rigidez de los huesos, deje entrever una silenciosa resignación, porque él nada dejará en los registros, nada le hablará a los ordenadores, ninguna constancia dejará de la libertad que al cabo encuentra entre esas soledades de metal.