1211.

En el año 2008 la editorial Akrón me publicó un libro de relatos titulado Esperando a los bárbaros. De ese libro reproduzco aquí uno de los relatos donde intento recoger la mentalidad que reinaba en Constantinopla en los momentos previos a su caída en manos de los otomanos.

Aquí el enlace para el libro completo: Emilio Díaz Rolando.- Esperando a los bárbaros (Relatos)

 

28 DE MAYO DE 1453. CAÍDA DE CONSTANTINOPLA

28 de Abril

Todos sabemos que el fin del mundo está cerca. Es la conversación usual no sólo entre los monjes que vivimos en este monasterio, sino incluso en la calle. Los tenderos lo comentan con sus clientes. Los cargadores del muelle se lo dicen a los pocos marineros que arriban a nuestra ciudad. En la iglesia, cada domingo, los sacerdotes lo propalan a los cuatro vientos ante la mirada ausente de los fieles. Las autoridades lo saben y esbozan una mueca de contrariedad, mientras procuran difundir el bulo de que hay mucho inventor de patrañas sobre el fin del mundo. En las calles reina el caos. Antes de ayer asesinaron a una familia entera para robarles poco más que una olla de lentejas. Por las noches los jóvenes toman las calles y se emborrachan de manera amenazante. La guardia, en casos como estos, sólo sabe esconderse. Casi es mejor así, porque su aparición resulta más perjudicial, si cabe. Aprovechan el desconcierto para rematar al moribundo asaltado y despojarle de lo poco que aún conserva. Si capturan a los criminales, les regalan idéntico destino y se apropian del botín. Aunque la guardia es extranjera y está compuesta en su mayoría de infieles y herejes, se han contagiado también de nuestras recientes costumbres. Los jueces no juzgan. Tienen miedo. Hay una banda por los alrededores de la puerta de San Romano que ha matado a dos magistrados. Uno de sus miembros había sido condenado a muerte. En la Universidad Imperial los manuscritos se emplearon durante el invierno para encender el fuego de la vivienda del rector. Los libros no tienen a casi nadie que los lea. Saber leer es una disciplina que poquísimos se han interesado en dominar. Con todo, no es tan dolorosa esta situación. Cuando baje el Creador del cielo, todo saber o invención pasados se disolverán en el cataclismo, como la carne se deshace en cenizas tras la muerte. Los aristócratas que resisten en la capital siguen encastillados en los aledaños del Palacio de Blaquernas, conjurando unos contra otros. El ejército es una reliquia nostálgica; la marina de guerra, unas cuantas chalupas. Y ningún griego se siente orgulloso de tomar las armas para defender el Imperio de Cristo. Apenas hay habitantes. Los solares cuajados de matorral y arbusto se enseñorean por todas partes. Las casas se desmoronan vencidas por la ruina. En el Palacio del emperador apóstata la vajilla de plata ha sido vendida y comen en escudillas de porcelana barata; cuando nadie les ve, usan las de barro. Las túnicas y coronas tienen cuentas de cristal en lugar de perlas y piedras preciosas. Nada podemos hacer en favor de la masa de pordioseros y abandonados a su suerte que se presenta a las puertas de nuestros conventos. También nosotros pasamos necesidad. Y les decimos que recen para salvar su alma en el inminente Juicio Final. De sus cuerpos ya nada pueden esperar. Tampoco nosotros podemos esperar nada y por ello cada día que amanece nuestras plegarias son más fervorosas y con mayor intensidad hacemos repicar las campanas. La historia tiene sus días contados después de mil años de existencia del reino de Dios en la tierra. Todo es comprensible desde el momento en que el emperador Constantino decidió vender la auténtica fe de la ortodoxia al Papa de Roma a cambio de una ayuda que nunca llegará en las dimensiones precisas. Y aunque llegase, no haría más que retrasar el final inevitable. Por eso, cuando vimos desfilar el otro día a los genoveses que venían a defendernos, cerramos con rabioso ímpetu las contraventanas y las puertas de los conventos. Por eso, cuando el emperador acude a la liturgia en Santa Sofía, miramos al suelo y rechinamos los dientes. Todos saben que el fin del mundo se aproxima. Sólo nos queda suplicar por nuestras almas y pedir que durante el Juicio Final seamos apartados en la muchedumbre de los justos.

28 de Junio

El patriarca Genadio me llamó ayer tarde. En su mensaje me urgía a presentarme en su celda del convento de Estudio. La ciudad parece ir recobrando lentamente la tranquilidad, aunque los restos calcinados han invadido la inmensa mayoría de su recinto y las gentes se mueven temerosas. Las tropas del sultán, justo es reconocerlo, limpiaron de cadáveres las calles en un tiempo brevísimo, porque se corría el peligro de epidemia. El sultán difícilmente hubiera consentido que la joya de su Imperio se viera asolada por semejante calamidad al poco de ser conquistada. Afortunadamente, mis ropajes eclesiásticos me permiten andar sin excesivos problemas. Pero hay que tener cuidado con los indeseables de las tropas irregulares. Suelen estar borrachos y muestran una excesiva facilidad para blandir el hacha. Afortunadamente, los jenízaros saben dominarlos. De la muralla colgaron a más de uno por continuar un particular saqueo cuando ya había terminado el plazo. Los cristianos que nos hemos refugiado en el barrio del Fanar tenemos la seguridad garantizada. Supongo que el patriarca querrá colaboración para organizar nuestra iglesia ante el nuevo amo que Dios nos ha mandado. Me han llegado rumores de que me quiere confiar la dirección de la fenecida Universidad Imperial, que ahora cambiará el adjetivo por Patriarcal. Es desolador contemplar Santa Sofía convertida en la mezquita mayor del Imperio; pero sólo son piedras ante la auténtica e inmaterial sabiduría del Señor y habrá que esperar al menos otros mil años a que llegue el fin del mundo.

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Mehmet II y el patriarca Genadio Escolario

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1210.

CRONOLOGÍA DEL ASEDIO Y TOMA DE CONSTANTINOPLA EN 1453

 

MES DE ABRIL

DÍA 2

Los primeros contingentes otomanos hacen su aparición ante las murallas.

DÍA 5

Llega gradualmente todo el ejército y acampa frente a las murallas de la ciudad. En esta misma fecha llega el sultán con las últimas unidades e inmediatamente cerca la ciudad por tierra y por mar.

DÍA 6

Se proclama abiertamente el inicio del asedio por parte Mehmet II conforme a las costumbres de la época con la propuesta de que se entregada la ciudad, prometiendo que se respetarían las vidas y haciendas de los habitantes. La propuesta es rechazada por los bizantinos.

DÍA 9

En el mar, los barcos inician el ataque sin éxito. Como resultado, el almirante de la flota turca, Baltoglu, un búlgaro apóstata, espera la llegada de la flota del Mar Negro para emprender nuevos intentos.

DÍA 11

En el plazo que va del 6 al 11 de abril, Mehmet II ordena que una parte de su ejército tome dos castillos que están fuera de la ciudad, Terapeo y Estudio. En el mismo período, Baltoglu ataca y toma las Islas del Príncipe.

DÍA 12

El día 12 llega la flota turca desde Galípoli y fondea en el Diplokionio (Doble Columna). Se trata de la primera flota realmente de guerra que tienen los otomanos. Ese mismo día empieza el bombardeo de los cañones, que continua sin pausa durante todo el curso del asedio.

DÍA 18

Durante la noche del día 18, los otomanos atacan entre alaridos y retumbar de tambores la Muralla Central. Dado que el punto del ataque es estrecho, la superioridad numérica de los turcos carece de sentido. Por otro lado, la superioridad en la protección de las armaduras de los bizantinos y la capacidad de caudillaje de Giustiniani juegan un papel determinante en el victorioso rechazo del ataque. Tras cuatro horas de infructuosos ataques, los otomanos se retiran dejando atrás doscientos muertos, mientras que los defensores no tuvieron ninguno.

DÍA 20

Sucede un acontecimiento increíble para los asediados. Una flotilla de cuatro naves (compuesta de tres naves genovesas y una bizantina), tras repeler victoriosamente a una flota superior en número de los turcos, llegan para reforzar a los bizantinos transportando, entre otras cosas, alimentos y suministros a la capital cercada. El sultán se irrita tanto por la batalla naval que avanza con su caballo hasta meterse en el mar. Este acontecimiento anima especialmente a los sitiados.

DÍA 22

Tras el intento de la noche anterior, la flota turca logra introducirse en el Cuerno de Oro. Para ese fin, preparan, en el valle existente entre los conjuntos boscosos, una especie de plataforma por la que son arrastrados los barcos sobre ruedas con la ayuda de una multitud de hombres.

 

MES DE MAYO

DÍAS 7 Y 12

Sendos ataques otomanos en ambos días.

DÍA 21

El sultán pide la entrega de la ciudad con la promesa de permitir al emperador y a cuantos lo deseen la salida junto con sus bienes. La contrapropuesta de Constantino se inspira en un espíritu de dignidad y determinación. Respecto a Constantinopla, declaró: «Ni a mí ni a ningún otro de sus habitantes les está permitido entregarte la ciudad porque con una común determinación todos moriremos voluntariamente y no miraremos por nuestras vidas.»

DÍA 28

Se celebra la última función litúrgica en Santa Sofía, la última que se lleva a cabo en la famosa basílica de la ciudad, a la que asiste una multitud de fieles y autoridades. Constantino XI, en un discurso a su pueblo, como nos lo transmite Esfrantzes, lo animó a resistir valientemente.

DÍA 29

El asedio ha durado casi dos meses, pero, finalmente, Mehmet II, significativamente más fuerte, toma Constantinopla el martes 29 de mayo de 1453. Tras la muerte de Constantino, los turcos se lanzan al interior de la ciudad y comienza el saqueo masivo.


1209.

LXXIII

[1] El sultán Mehmet, tras contemplar detenidamente la Ciudad y todo lo que había en ella, regresó al campamento y adoptó disposiciones respecto al botín. En primer lugar, tomó la parte acostumbrada para él de los despojos de guerra; luego, seleccionó lo mejor de todo el botín, hermosas doncellas y de noble origen, los más bellos muchachos, algunos de ellos comprados a los soldados. [2] Seleccionó entre los hombres ilustres, que supo destacaban por encima de los demás en linaje, prudencia y virtud, especialmente al mismo Notaras, varón notable e ilustre por su inteligencia, riqueza, fuerza, virtud y poder político, y lo honró con el acceso a su persona. Le hizo partícipe de melifluas palabras y se lo ganó con favorables expectativas, no sólo a él, sino también a los demás que estaban con él, porque le invadió la compasión por los hombres y sus desgracias, al ver desde qué grado de bienaventuranza hasta qué grado de infortunio habían descendido. Tenía buenas intenciones sobre ellos, aunque poco después, la envidia no se las permitió. [3] Cuando hubo tomado esas disposiciones y todas las relativas a los soldados de forma justa y conforme a lo que había en su mente, y cuando hubo honrado a los suyos con cargos y dignidades, a unos con dinero, a otros con pensiones y con toda clase de donativos; cuando hubo repartido mercedes y recibido a los que sabía habían combatido valerosamente y, más aún, tras dirigirles la palabra y hablarles largamente en términos elogiosos y de agradecimiento, licenció el ejército. [4] Él mismo, en compañía de los mandatarios y de su corte, entró en la Ciudad. En primer lugar, decidió, como si volviera a ser habitada, que no sería como antes, y adoptó toda clase de disposiciones de modo que pudiera tener un palacio en un enclave adecuado por tierra y desde el mar. A continuación, regaló a todos los mandatarios y a sus allegados las estupendas casas de la nobleza con los jardines, campos y viñedos que había en el interior de la Ciudad; y a otros, hermosísimos templos para que los usaran como viviendas. [5] Él mismo eligió el lugar central y más bello de la Ciudad para construirse un palacio(77). Tras estas medidas, a todos los prisioneros de guerra que tenían relación con el mar y que había tomado como botín, a los que se llamaba desde antiguo86 «estenitas»(78) junto con sus mujeres y niños, los emplazó en la ribera que había junto al puerto de la Ciudad y les concedió casas y exención de impuestos durante un tiempo determinado. [6] Respecto a todos los demás proclamó el siguiente decreto: cuantos pagasen el precio para comprarse a sí mismos o acordasen pagarlo en un plazo concertado con sus señores y quisieran morar en la Ciudad, también a éstos les concedió exención de impuestos y casas, ya fueran las propias o unas ajenas. [7] Quiso también atender con toda clase de cuidados a aquellos de los antiguos gobernantes que optasen por vivir en la Ciudad con sus mujeres y niños, y les proporcionó casas, propiedades y protección para sus vidas. Éstas eran las medidas que tenía en mente y las ejecutaba con diligencia, como se decía. [8] Había pensado nombrar a Notaras gobernador de la Ciudad y señor de su población, y emplearlo como consejero entonces sobre estos temas, pero los dardos de la codicia se adelantaron en ser lanzados de forma mortal y la muerte se enseñoreó sobre ellos(79). [9] Algunos de los poderosos, no sé cómo, llevados de la envidia y el odio hacia algunos hombres, persuadieron al señor para que los eliminara. Decían que romanos de alta alcurnia no debían morar en esa Ciudad, ni ser dignados con cualesquiera privilegios, sino que no debían siquiera vivir ni deambular por sus lugares. Decían que, si eran alzados un poco y liberados de la esclavitud, no sentirían temor ya y que, deseosos de los bienes que antes habían tenido y, especialmente, de la libertad, actuarían por entero contra la Ciudad, ya fuera pasándose al campo enemigo, ya fuera desde su morada. [10] El sultán, convencido o, mejor, insidiosamente convencido, mandó matar a esos hombres. Y fueron asesinados junto con el Gran Duque y sus dos hijos. [11] Se cuenta que, una vez llevado al lugar de la ejecución, Notaras pidió al verdugo que matara primero ante sus ojos a sus hijos para que no renunciaran a su fe por temor a la muerte, y que vio a pie firme cómo degollaban a sus hijos sin apartar la mirada y con inquebrantable decisión. Luego, tras decir una oración y dar las gracias a Dios por el modo en que se fueron sus hijos, puso su cuello bajo la espada. Así de valientemente murió, firme en su valeroso espíritu. [12] Fue un hombre piadoso para con Dios y destacado por su inteligencia. Superaba a todos por su gran prudencia, su certero criterio y su alma generosa; mostró en toda circunstancia una fortaleza natural y una hombría de bien. Llevó a cabo una excelente política y adquirió poder en los asuntos públicos hasta alcanzar grandes fama y riqueza, ocupando los principales cargos entre los romanos y, también, entre la mayoría de los pueblos extranjeros. Murieron, asimismo, de forma valerosa y con firme decisión, todos los que lo rodeaban, nueve en total. [13] Posteriormente, cuando el sultán descubrió el engaño y la fechoría de quienes lo habían convencido de matar a esos hombres, sintió odio por la fechoría de haberlos quitado de su vista. Entonces, a algunos de aquéllos los condenó a muerte y a otros les quitó las dignidades y honores. Esta justicia no se hizo con el crimen contra esos hombres tras largo plazo, sino poco después de cometida. [14] Nombró, entonces, eparca(80) de la Ciudad a uno de los hombres de su círculo, del grupo de los muy inteligentes y útiles, pero también de un carácter honrado, de nombre Sulaimanes, a quien encomendó, igualmente, que cuidase bien de la convivencia.

Sin título

(77) Eski-saray.

(78) Los estenitas eran los remeros encargados de impulsar el navío imperial y su oficio provenía de los tiempos del emperador León el Sabio (866-912).

(79) Ver nota 61.

(80) «Eparca» era el nombre tradicional en griego del alcalde de Constantinopla.

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Entrada de Mehmet II en Constantinopla

Así concluyen los capítulos que Miguel Critóbulo dedica en la Historia de los hechos de Mehmet II a la toma y saqueo de Constantinopla. A continuación, dejo el enlace para una edición completa de todas las entradas de este blog dedicadas a este asunto en formato PDF: Miguel Critóbulo de Imbros.- Historia


1208.

LXX

[1] Las treinta galeras, que el papa de Roma había enviado a la Ciudad como auxilio y al emperador Constantino, conducidas a Quíos por vientos contrarios, estaban aguardando allí a la espera de un tiempo adecuado. Cuando, al poco tiempo, se enteraron de la caída de la Ciudad, renunciaron al auxilio y emprendieron la navegación de vuelta a casa sin haber llevado a cabo nada de aquello para lo que habían ido. [2] La Ciudad tenía que caer y sufrir penalidades y verse por eso completamente privada de toda ayuda venida de todas partes con la voluntad de auxiliarla, pero todas esas circunstancias concurrieron en ese mismo destino porque así lo permitía Dios.

LXXI

[1] Así, pues, la Ciudad cayó, en el reinado de Constantino XI Paleólogo, cuando finalizaba para los romanos el día veintinueve de un agonizante mes de mayo, habiendo pasado desde el principio del mundo seis mil novecientos sesenta y un años y mil ciento veinticuatro desde su fundación y poblamiento(75).

LXXII

[1] Murió el emperador Constantino, como dije, mientras combatía. Fue un hombre prudente y moderado en su vida personal, entregado hasta el extremo a la templanza y la virtud, inteligente y tremendamente culto. En nada desmerecía a los mejores de los precedentes emperadores en la gestión política y de gobierno. Era de gran agudeza a la hora de comprender los asuntos y de mayor agudeza aún a la hora de tomas decisiones, hábil en la expresión, hábil en su pensamiento y más hábil en tratar los asuntos, sagaz observador del presente, como dijo alguien de Pericles(76), y el que hacía las mejores conjeturas sobre el futuro, mucho mejores de lo esperado. Siempre escogía sufrir y hacerlo todo en favor de la patria y de sus súbditos. Al ver el peligro evidente que amenazaba la Ciudad con sus propios ojos y aunque hubiera podido salvarse porque muchos había que le invitaban a ello, no quiso, sino que eligió morir junto a su patria y sus súbditos, más aún, morir antes él mismo, para no ver a su Ciudad tomada y a sus moradores, unos cruelmente asesinados y otros ignominiosamente conducidos al cautiverio. [2] Cuando vio que los enemigos iban ganando y se introducían en tropel por la muralla derribada en la Ciudad, dijo, gritando en voz alta, sus últimas palabras: «¡La Ciudad está siendo tomada! ¿Y a mí se me permite vivir aún?». Así, se arrojó en medio de sus enemigos y fue despedazado. Tan excelente varón fue y atento al bien común; sin embargo, fue infortunado durante toda su vida y, en el momento final, el más infortunado. [3] Así se cumplió el destino de la gran Ciudad de Constantino, que había alcanzado gran gloria, poder y riqueza en sus mejores tiempos, que había oscurecido a todas sus predecesoras en una cierta e incalculable medida y que había sido admirada por su fama, riqueza, poder, fuerza, grandeza y por todos los demás atributos.

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Representaciones de Constantino XI Paleólogo

 

(75) Constantino inauguró su capital oficialmente el día 10 de mayo del año 330.

(76) Así se refiere Tucídides (I 138.3) a Temístocles, no a Pericles.


1207.

LXIX

[1] Esta infortunada Ciudad había sido ya tomada antes por los pueblos de Occidente y usurpada durante sesenta años(72). Se le arrebataron muchas riquezas, reliquias sagradas en gran número, hermosísimas y lujosas. Objetos dignos de admiración y famosos, costosos, muy apreciados fueron trasladados a Occidente, y los que quedaron en la Ciudad fueron entregados como víctimas a las llamas, pero el castigo y las penalidades para la Ciudad se quedaron en esas cosas. Aunque no fueran nimias, sin embargo, ninguno de los moradores fue expulsado, ni los niños, ni las mujeres, ni la honestidad fueron perjudicados. La Ciudad conservó intactos a todos sus habitantes por entero y libres de sufrimiento. Cuando la usurpación fue vencida y recuperó la Ciudad misma su anterior estado, también se recuperó un imperio que gobernaba muchas naciones en Asia y Europa, y no pocas islas, y tenía fama, riquezas, gloria y esplendor, y era modelo y guía de toda clase de belleza, y era hogar al mismo tiempo de toda variedad de cultura, sabiduría, virtud y de toda hermosura. [2] Ahora, realmente, sus galas se habían esfumado, sus bondades se habían ido y se había visto privada de todo, riquezas, gloria, poder, celebridad, honor, supremacía de su raza, virtud, cultura, sabiduría, sacralidad, dignidad imperial, en suma, de todo. Tan extremas fueron su prosperidad y fortuna, cuanta la profundidad del infortunio y miseria a la que fue reducida. Habiendo sido una vez objeto de las bienaventuranzas de todo el mundo, ahora se hablaba de ella como infortunada y desdichada; y habiendo llegado a los confines del mundo habitado su gloria, ahora toda la tierra y el mar al mismo tiempo la habían llenado con sus propias desgracias y la habían colmado con su propia afrenta, llevando por doquier a sus habitantes como recuerdo de su misma desventura, porque todos, sus hombres, mujeres y niños fueron dispersados, ignominiosamente sometidos al cautiverio, a la esclavitud y al escarnio. La que un tiempo fue reina sobre muchos pueblos con honor, gloria, riqueza y esplendorosa fama, ahora era gobernada por otros en medio de la pobreza, la infamia, el deshonor y la más vergonzosa servidumbre. La que fue ejemplo de toda hermosura, imagen de esplendorosa prosperidad, ahora era imagen del infortunio, memoria de las mayores desgracias, estela de desventura y alegoría de la vida. [3] Porque nada humano es fiable ni seguro, sino que todo, a la manera del Euripo(73), se arremolina dando vueltas y es arrastrado por los tornadizos giros de la vida, jugando y siendo objeto de juego alternativamente, y nunca se detendrán este impulso desordenado y arrebatador, el movimiento, la corriente irresoluta y la mudanza, mientras el ser permanezca entre los seres. [4] Por mi parte, me asombra una cosa sobre todas, la coincidencia que se dio entre los nombres y el contraste de las circunstancias que concurrieron en un lapso de tiempo que llega a un período de casi mil doscientos años. Constantino, feliz emperador, hijo de Helena, levantó esta Ciudad y la llevó a la cima de la prosperidad y la fortuna, y, de nuevo, en la época de un Constantino, infeliz emperador, hijo de Helena, la Ciudad fue tomada y hundida en las más extremas servidumbre y desventura(74). Esto fue así.

(72) Se refiere a la toma por los Cruzados de la IV Cruzada en el año 1204. El Imperio Latino de Constantinopla duró desde esa fecha hasta el año 1261, en que Miguel VIII Paleólogo, hasta entonces emperador del Imperio de Nicea, la tomó para los romanos.

(73) Euripo es el nombre del estrecho que separa la isla de Eubea de la Península Balcánica y, a su vez, separa la parte norte de la isla de la parte sur. Experimenta fuertes mareas que cambian de dirección cuatro veces al día. En la Antigüedad era el objeto de un tópico que hacía referencia a la inestabilidad de las cosas de la vida, y su carácter mutable. Del mismo modo, en la Antigüedad se le consideraba un río, por eso se hablaba de «las corrientes del Euripo».

(74) Efectivamente, Constantinopla fue erigida sobre la preexistente ciudad de Bizancio por Constantino I, el Grande (272-337), quien la rebautizó con el nombre de «Ciudad de Constantino». Era hijo de Helena, más tarde canonizada. Igualmente, Constantino XI Paleólogo era hijo de Helena Dragases (o Dragaš) (1372-1450) y Manuel II Paleólogo. Helena Dragases era hija del noble serbio Constantino Dragaš. Fue también canonizada por la Iglesia Ortodoxa Griega con la advocación de «Santa Helena de la Paciencia».


1206.

LXVIII

[1] El sultán, después de estos hechos, entró en la Ciudad, observó su tamaño y disposición, su brillo y hermosura, la abundancia, tamaño y belleza de las iglesias y de los edificios públicos, de las casas del común del pueblo y el lujo de las casas de los potentados, al tiempo que la disposición del puerto, de las atarazanas, de la adecuada y bien dispuesta situación de la Ciudad para todo, y, en suma, toda su organización y ordenación. [2] Vio también las dimensiones de la destrucción, el abandono de las casas, la total devastación y ruina. Sintió al punto aflicción y se arrepintió no poco de la catástrofe y del saqueo. Cayeron lágrimas de sus ojos y, entre grandes gemidos y sufrimientos, dijo: «¡Qué gran ciudad hemos entregado al saqueo y la desolación!». Tanto sufría su alma. [3] En efecto, esta gran tribulación tuvo realmente lugar en nuestro tiempo y en un solo día como nunca lo fue en ninguna de las grandes ciudades recordadas antiguamente en la historia por el tamaño de la ciudad tomada y por lo acerbo y cruel del hecho. No menos dejó estupefactos a todo el resto y a los mismos actores y a las víctimas por lo inusitado y desacostumbrado del hecho y por lo exagerado y lo sorprendente de la destrucción. [4] Fue tomada Troya por los griegos, pero en una guerra que duró diez años, de modo que, si bien por la magnitud de la destrucción y de la toma no fue menor la desgracia, por no decir mayor, sin embargo, ambas llevaban un cierto alivio y consuelo, porque los griegos se comportaron humanamente con los derrotados y respetaron el destino común. La guerra sostenida y prolongada, la toma que se esperaba cada día borra la exacta percepción de esos males; pero las circunstancias presentes carecen por completo de consuelo. [5] Fue tomada Babilonia por Ciro, pero no fue herida de muerte, ni esclavizada como prisionera de guerra, ni entregada a la degradación de mujeres y niños, sino que sólo cambió de señor, y éste fue benévolo por contraste con uno vil. [6] Fue tomada Cartago dos veces por Escipión, pero la primera vez, sólo fue castigada con dinero, tras entregar rehenes y pagar los gastos de la guerra. La segunda vez, cambió de lugar levemente con las mujeres, los niños y los bienes, conservando sanos y salvos a sus habitantes e indemnes ante el mal, y no sufrió tan gran desgracia. [7] Fue tomada Roma, en primer lugar, por los celtas y los gálatas; por los godos en segundo lugar, pero no sufrió tamaña desgracia, sino que fue sometida a una ligera tiranía, castigada con dinero, riqueza, confiscación de las primeras casas y exilio de sus hombres ilustres. Poco tiempo después, se repuso y alcanzó gran fama, riqueza, poder y fortuna. [8] Fue tomada Jerusalén tres veces. Por los asirios, la primera; por Antíoco, la segunda y por los romanos, la tercera. Pero la primera vez sólo sufrió la deportación con mujeres, hijos y todos sus dirigentes a Babilonia. Tras ser gobernada poco tiempo por Antíoco, volvieron a recuperar su ciudad. Fue tomada por los romanos, aunque los sufrimientos de la toma no fueron soportables, sin embargo, había habido muchas graves rebeliones en ella, enfrentamientos civiles, saqueos, matanzas, asesinatos sacrílegos de sus habitantes y de sus allegados, tanto antes de la guerra, como durante la guerra misma, como para que rogaran continuamente que la ciudad fuera tomada en la idea de que a causa de ello hallarían fin esos enormes males, ya fuera con la muerte, ya fuera con la esclavitud. Por ello, ninguna de las tomas de aquellas ciudades es comparable con la de ésta. [9] Muchas otras grandes ciudades en Asia y en Europa han sido tomadas también, florecientes en riqueza, fama, sabiduría, excelencia y muchas otras virtudes de sus moradores; pero en absoluto la toma de aquéllas es análoga en sus desgracias a la presente.


1205.

LXVI

[1] Mientras tanto, había llegado el resto del ejército y, de igual manera, estuvo claro que se estaba introduciendo a través de las otras puertas marítimas, tras romperlas y derribarlas. Así, todas las tropas a bordo de los barcos ya se estaban dispersando por toda la Ciudad y se estaban dando al pillaje. Saqueaban todo lo que hallaban a su paso, irrumpían como el fuego o como el rayo, prendiéndolo todo y destruyéndolo, o como un torrente, arrastrándolo todo y devastándolo. Esos hombres todo lo escudriñaban de forma más cuidadosa que lo que cuentan de Datis en Eretria(71). Arrasaron templos, objetos sagrados, relicarios antiguos, tumbas, pórticos, sótanos, agujeros, refugios, cuevas, grietas, y descubrían todo lo que estuviera oculto. Si alguien o algo se ocultaba, lo sacaban a la luz. [2] Entraron en la gran basílica dedicada a la Divina Sabiduría y hallaron a una gran masa de hombres, mujeres y niños que se había refugiado allí y estaba rezando. Encerrándolos como en una red, se los llevaron por la fuerza, todos a una, como prisioneros, unos a las galeras, otros al campamento.

LXVII

[1] Mientras esto pasaba, los de Gálata, cuando vieron que la Ciudad estaba ya tomada y que estaba siendo saqueada, al punto se entregaron de común acuerdo al sultán para no sufrir ningún mal y, una vez abrieron las puertas, acogieron a Zagano junto con su ejército. Y éstos no fueron objeto de violencia alguna. [2] Todo el ejército, terrestre y naval, tras haberse dispersado por la Ciudad, la saquearon y sometieron a pillaje desde primera hora de la mañana y desde el alba misma hasta bien entrada la tarde. Unos se llevaron todo el botín al campamento y otros, a los barcos. Algunos se quedaron con partes de ése como si fueran ladrones, secretamente, y, una vez fuera de las puertas, marcharon a sus moradas. [3] De este modo, la Ciudad quedó vacía, asolada, desapareció como si hubiera sido pasto del fuego y quedó borrada, como si fuera imposible creer que alguna vez hubiera habido en ella viviendas humanas, o riquezas, o hubiera sido una Ciudad hegemónica, o hubiera habido algún otro tipo de mobiliario en las casas y prestigio, todo esto perteneciente a una Ciudad que fue tan ilustre e importante. Sólo quedaron casas abandonadas y que daban miedo a quienes las veían por su enorme soledad. [4] Entre romanos y extranjeros en conjunto se dice que murieron a lo largo de toda la guerra y en la toma (hombres, mujeres y niños) en torno a cuatro mil. Se cogieron como cautivos de guerra poco menos de cincuenta mil y de todo el ejército, alrededor de quinientos.

Constantinopla 1453

(71) V. Heródoto, Historias, VI 101. En el año 490 a.C., en el principio de la I Guerra Médica, Datis y Artafernes fueron encargados por el rey persa Darío I de castigar a Eretria y Atenas por su apoyo a las ciudades griegas de Asia Menor en su rebelión. Eretria fue tomada y saqueada, y los supervivientes fueron sometidos a esclavitud.


1204.

LXIV

[1] Se daba la circunstancia de que entonces se hallaba presente y luchando en la muralla junto con ellos, Orhan(70), el tío del sultán, de la estirpe de los Atumanos, al que el emperador Constantino había acogido en la Ciudad entre grandes atenciones y honores a causa de sus expectativas. Residía allí desde hacía tiempo por miedo a su hermano, que buscaba matarlo. Al ver la caída de la Ciudad y con el deseo de salvarse, decidió primero escapar disimuladamente, como uno de los soldados del ejército asaltante, ya que iba vestido igual y hablaba su mismo idioma; pero, cuando se dio cuenta de que era reconocido y de que se le perseguía (por quienes lo habían reconocido), se lanzó contra la muralla y murió. [2] Los soldados se apresuraron a capturar su cuerpo y cortarle la cabeza, que llevaron al sultán, dado que tenía mucho interés en verlo, ya fuera vivo o muerto.

LXV

[1] En esto, Camuzás, el almirante de la flota, cuando vio que la Ciudad estaba siendo tomada ya y que las tropas estaban saqueándola, navegó al punto contra la cadena y, una vez la hubo roto, penetró en el puerto. Cuantas naves encontró de los romanos (las galeras y los mercantes de los italianos fueron sacadas a aguas exteriores en el momento del ataque) las hundió allí mismo, y otras las capturó con toda su tripulación. A continuación, varó sus naves en las llamadas Puertas Imperiales. Al hallarlas cerradas, rompió sus aldabas y barras, y las echó por tierra. Cuando hubo entrado junto con sus hombres en la Ciudad, encontró allí a muchos romanos que, congregados, habían optado por resistir con arrojo (aún no le había llegado a esa parte la noticia de que el ejército estaba saqueando el resto de la Ciudad). Los atacó, los derrotó y los mató a todos, de tal modo que la sangre corría abundantemente a través de las puertas.

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(70) Orhan Çelebi (1412-1453). Pasó la mayor parte de su vida en Constantinopla, ya que fue entregado como rehén muy joven. Su apuesta por el bando bizantino se explica por la costumbre otomana que consistía en que el sultán reinante solía eliminar a todos los miembros de la familia imperial susceptibles de reinar. Tuvo a sus órdenes 600 turcos. Otras fuentes afirman que Orhan murió mientras intentaba escapar de la Ciudad disfrazado de monje, pero fue delatado por un prisionero, capturado y decapitado inmediatamente. «Atumano» es, obviamente, «Otomano». El sector en el que combatía se centraba en el puerto de Eléutero, en la muralla sur de Constantinopla que daba al Mar de Mármara.

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1203.

LXII

[1] La ofensa a los objetos sagrados, su saqueo y profanación, ¿cómo podría nadie expresarlas con palabras? Los iconos, las imágenes y el resto de objetos sagrados fueron tirados por tierra de forma innoble, sus adornos fueron arrancados, unos fueron echados al fuego, otros fueron cortados en trozos, rotos y arrojados a la calle. Se abrieron los relicarios de antiguos y santos varones, y se sacaron sus reliquias. Reducidas a fragmentos y sueltas, fueron dispersadas al aire o tiradas a la calle. [2] De los cálices y las copas que habían recibido la santísima eucaristía, unos les sirvieron para beber y emborracharse, otros fueron vendidos por piezas y fundidos. Las vestiduras sagradas y los venerados ornamentos, lujosas y bordadas con abundante oro, y otras, que relampagueaban con sus piedras preciosas y sus perlas, fueron entregadas a los más viles hombres para un uso nada decoroso. [3] De los libros sagrados y divinos, incluidos también aquellos que trataban de materias profanas, la mayoría sobre cosas de filósofos, unos fueron dados al fuego y otros fueron pisoteados impúdicamente. La mayor parte de ellos fueron vendidos, como una ofensa más que como objeto de venta, por dos o tres monedas, cuando no por algunos óbolos. [4] Los sagrados altares fueron arrancados de sus pedestales y volcados, los muros de los lugares prohibidos al paso y al tacto fueron descubiertos, y los cimientos sagrados de los templos fueron perforados y excavados a la búsqueda de oro. Y cometieron muchos otros atrevimientos semejantes.

 

LXIII

[1] Los infortunados romanos que estaban alineados en la otra parte de la muralla y que combatían por tierra y por mar, mientras consideraron que la Ciudad estaba salvada, libre de males y que sus hijos y mujeres eran libres (ni siquiera sabían lo que había sucedido), luchaban con valentía, se defendían con vigor de los atacantes y rechazaban a quienes intentaban obstinadamente superar la muralla. [2] Pero cuando vieron a su espalda a los enemigos y que les disparaban desde dentro de la Ciudad, cuando vieron que los niños y las mujeres eran sometidos a esclavitud y llevados ignominiosamente, los unos, prisioneros de su desánimo, se arrojaron con sus armas desde la muralla y murieron; los otros, perdida toda esperanza, soltando las armas de sus manos y abandonándolas, se entregaron a los enemigos sin resistencia para que hicieran con ellos lo que quisieran.


1202.

LXI

[1] Los soldados se lanzaron entonces a través del portillo al interior de la Ciudad; otros penetraron a través de las ruinas de la muralla grande. El resto del ejército al completo los siguió precipitada y enérgicamente, dispersándose de modo resuelto por toda la Ciudad. [2] El sultán se detuvo ante la muralla grande, donde estaban su gran estandarte y su bandera, y observaba la acción. Ya clareaba el día. Se produjo entonces una enorme matanza entre los moradores; unos murieron en la calle (porque habían salido de sus casas a la carrera ante el griterío para caer inopinadamente ante las espadas de los soldados); otros, en el interior de las casas mismas, al irrumpir en ellas violentamente los jenízaros y los otros soldados sin orden ni reparo algunos; otros, en su huida a la búsqueda de un refugio; otros, tras escapar hacia las iglesias en medio de plegarias, hombres, mujeres y niños, todos sin distinción, sin ninguna clase de cuartel. [3] Los soldados se echaron sobre ellos con enorme furia e ira; de un lado, hartos por el desgaste del asedio; de otro lado, porque desde las almenas a lo largo de toda la contienda, algunos insensatos les habían estado lanzando no pocas burlas e insultos, y, en suma, para aterrorizar a todo el mundo, aterrarlo y someterlo mediante la matanza. [4] Una vez se hubieron saciado de la carnicería y la Ciudad hubo sido sometida, los unos se retiraron a sus cuarteles, compañías, batallones y formaciones con el producto de su saqueo y su botín; otros se dedicaron a desvalijar los lugares sagrados; otros se dispersaron a la búsqueda de los edificios públicos y privados, pillando, saqueando, desvalijando, matando, vejando, llevándose como prisioneros a hombres, mujeres, niños, ancianos, jóvenes, sacerdotes, monjes, de toda edad y condición, sin excepciones. [5] Era digno de contemplarse tan terrible espectáculo, que superaba cualquier tragedia: mujeres jóvenes y honestas, de la nobleza y de clases no nobles, que la mayor parte de su vida habían estado a resguardo en casa y que ni siquiera habían pisado un patio nunca, a doncellas decorosas, bellas e ilustres, de ilustres casas, hasta entonces completamente inaccesibles a ojos de varón, unas violadas de forma obscena e impúdica, tras ser arrancadas de sus lechos violentamente; otras, como un mal sueño mientras dormían, viendo caer sobre ellas a hombres armados con espadas, con sus manos ensangrentadas por la matanza, respirando ira, ansiando matar, profiriendo palabras sin sentido, carentes de pudor alguno ante los peores actos, porque se trataba de una masa mezclada de toda clase de naciones y pueblos, reunidos al azar, como fieras salvajes, sin domesticar, irrumpiendo en las casas y sacándolas cruelmente, arrastrándolas, descuartizándolas, forzándolas, tirando de ellas impúdicamente, mancillándolas en los cruces de las calles. ¿Qué maldad no cometieron? Se cuenta que muchas de ellas sacudidas sólo por una visión tan desacostumbrada y por el griterío de aquéllos, nada más llegar, dejaron ir la vida. [6] También venerables ancianos fueron arrastrados por sus cabellos grises y otros de ellos fueron golpeados sin compasión. A las monjas, vírgenes y respetables, que nunca habían salido del convento, entregadas y viviendo sólo y enteramente por Dios, al que se habían consagrado ellas mismas, a unas, las sacaron violentamente de sus celdas y las arrastraron; a otras las arrancaron de los templos, en los que se habían refugiado, y fueron arrebatadas con furia e ignominia, señaladas en sus mejillas entre lamentos y gemidos, y golpeadas despiadadamente. Tiernos niños fueron arrancados de sus madres; infelices doncellas, separadas de sus novios recién casados. Y otras infinitas fechorías fueron realizadas.