575.

Don Juan de Dios Álvarez Mendizábal resuena en tus oídos con la apostilla previa de “la desamortización de…”. Frustrado este proyecto en sus últimos propósitos y convertido en otro fracasado intento de modernización de España, sus días en la política española ocupan el asunto de la siguiente novela de la tercera serie de los Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós. Seleccionas algunos fragmentos donde se revela el alma de la España eterna, más preocupada por tener una sombra junto al poder que por labrarse un porvenir a mundo abierto. Como es habitual en estas series, la trama política e histórica se adoba con otra historia de corte folletinesco protagonizada por un joven de nombre Fernando Calpena, sensato al inicio y víctima a partir de un punto de la atmósfera romántica que se enseñoreaba de las mentes de aquellos tiempos.

-¿Cree usted firmemente que D. Juan Álvarez enderezará esta desquiciada nación? pero… -No lo aseguro; pero confío en que lo hará. 

 -Pues yo no. 

 -¿En qué se funda? -No dudo que le sobren buena intención, voluntad firme, actividad, talento;  -¿Pero qué?

-Que con sus buenas cualidades incurrirá en el defecto de todos los ilustres señores que nos vienen gobernando de mucho tiempo acá. Talento no les falta, buena voluntad tampoco. Y fracasan, no obstante, y continuarán fracasando unos tras otros. Es cuestión de fatalidad en esta maldita raza. Se anulan, se estrellan, no por lo que hacen, sino por lo que dejan de hacer. En fin, amiguito, nuestros mandarines se parecen a los toreros medianos: ¿sabe usted en qué? Pues en que no rematan… 

 -¿Qué significa eso? -No se ría usted del toreo, arte que me precio de conocer, aunque no prácticamente. Y sepa usted, niño ilustrado, que hay reglas comunes a todas las artes… De mi conocimiento saco la afirmación de que nuestros ministriles no rematan la suerte. 

-¿Y cree usted que Mendizábal…?

-Hará lo que todos. Empezará con mucho coraje, y un trasteo de primer orden… pero se quedará a media suerte. Usted lo ha de ver… Que no remata, hombre, que no remata… Y créame usted a mí: mientras no venga uno que remate, no hemos adelantado nada.

*                 *               *

 Eran cinco los funcionarios, con Calpena seis, repartidos en tres mesas, con la del jefe cuatro, de distinta hechura y edad, si bien todas representaban una antigüedad venerable. Dígase que la tinta era excelente, hecha en la casa; las plumas de ave; los tinteros de cobre, y que sobre las bayetas verdes y los mugrientos hules se extendían los negros polvos de secar, formando en algunos sitios verdaderos arenales. Inauguraba el bueno de Oliván su trabajo cortando plumas, en lo que ponía exquisito cuidado y habilidad, pues su gala era esto y la rúbrica que echaba en las firmas, no menos rasgueada y pintoresca que la de un escribano. Mientras duraba el corte hablaba con los madrugadores, o sea los que recalaban por allí de diez y media a once; les refería incidentes o sucedidos de su familia, gracias y travesuras de sus niños; les oía contar algo de Teatro y Toros, alguna mujeril aventura, y así se pasaba el tiempo hasta las doce, hora en que le traían a Don Eduardo su almuerzo. Sobre las bayetas arenosas extendía una servilleta, y se comía su tortilla de patatas y su chuletita de ternera. Salían y entraban los mozos de café con servicios para el jefe y algunos subalternos, y en tanto, el que no tomaba café, hacía caricaturas; otro escribía versos, y el de la última mesa las cartas a su novia. Luego se trabajaba un poquito, mientras uno leía en voz alta El Español, para que los demás se enterasen. El jefe solía pasarse a la Sección próxima, donde había otro jefe que veía largo en política, y anunciaba con seguro vaticinio todo lo que iba a pasar. Más tarde descansaban, fumando un cigarrillo. D. Eduardo recibía cortésmente a las personas que acudían al despacho de algún asunto, y para hacerles ver la actividad que allí se desplegaba, les ponía ante los ojos rimeros de papeles que debían pasar pronto a la Sección correspondiente, y otros rimeros de papeles que acababan de llegar, después de lo cual les prometía no detener los expedientes más que el tiempo necesario para el concienzudo examen de los mismos. Luego se limpiaba el sudor de la calva, y contaba a sus subalternos lo que el otro jefe de Sección le había dicho: que todo iba muy bien; que la quinta de cien mil hombres daría un resultado maravilloso, y que no había duda de que Istúriz y Galiano apoyarían incondicionalmente al Sr. Mendizábal en el Estamento próximo. (…)

Dichas estas cosas, y otras de igual transcendencia y filosofía, el jefe bromeaba un poco con sus subordinados: con éste por si la novia le daba calabazas; con aquél por si era alabardero en los teatros; con el otro por si le sudaban tanto las manos, que toda la arenilla se le quedaba pegada en ellas, y obligaba a la casa a frecuentes reposiciones de aquel material. Luego les recomendaba benévola y paternalmente que no dejasen el papelorio esparcido sobre las mesas, y él mismo daba el ejemplo recogiendo legajos y metiéndolos en una alacena. (…)

Con esto se aproximaba la hora feliz de poner punto en las faenas del día: los sombreros parecían alegrarse en lo alto de las perchas, viendo próximo el instante de que sus dueños lo cogieran para echarse a la calle. «Vaya, ya es hora, ciudadanos -decía D. Eduardo, atusándose los mechones laterales, y cubriéndose con pausa y solemnidad, como si su calva fuese una cosa sagrada que reclamaba el respeto de la protección sombreril-. Me parece que hemos trabajado bastante. Hasta mañana».

Que Calpena se aburría en la oficina, no hay para qué decirlo. Desde su iniciación burocrática no había hecho más que extender algunos oficios y copiar dos o tres estados de recaudaciones. Ya era cosa corriente en las oficinas ver entrar niños bonitos, con sueldos desmesurados, y que no iban más que a cobrar y a distraerse un rato; hijos o sobrinos de personajes, que de este modo arrimaban una o más bocas de la familia a las ubres del presupuesto.

Los empleados, que lo eran por oficio y medio de vivir, se habían acostumbrado a la irrupción de señoritos, y alternaban gozosos con ellos, esperando hacer amistades que en su día valieran para el ascenso, o para la reposición en caso de cesantía.

*               *              * 

-Las recomendaciones toman en este país giros muy extraños, y ofrecen a veces concomitancias increíbles. A mí, para que me dieran la plaza mísera que tengo, me recomendó la persona más opuesta a mis ideas, D. Antonio Zarco del Valle, a quien interesé por el ama de cría de uno de sus niños. Por un empleado del personal he sabido que en el libro donde constan los padrinos de cada empleado, figura usted como hechura y ahijado del propio Mendizábal, lo que nadie extrañará, porque bien podría el Ministro ser amigo, deudo de su familia de usted.

*               *              * 

Pues, señor… obligado el pobre D. Eduardo a andar de coronilla, no sabía lo que le pasaba, ni a qué santo encomendarse. En toda su vida burocrática, que con intercadencias databa de los tiempos de Ballesteros, no había visto desencadenarse sobre aquella plácida esfera un ciclón tan duro. No hacía más que ir de una mesa a otra, limpiarse con fuertes restregones el sudor de la calva, dar resoplidos, subirse el pantalón, que con tantas ansiedades se le caía. Y una mañana, medio loco ya, o loco entero, gritaba en medio de la oficina: «Pero este buen señor nos trata como si fuéramos dependientes de comercio. La dignidad del funcionario público no consiente estos excesos de trabajo, pues ni tiempo le dejan a uno para almorzar, ni para dar un mero paseo, ni para encender un mero cigarrillo… Cinco intendencias me ha señalado hoy para el envío de circulares con las instrucciones reservadas y las nuevas tarifas. Pues para despachar esto, excelentísimo señor, necesito aumento de personal, necesito catorce oficiales y ocho auxiliares, y aun así, no podríamos concluirlo dentro de las horas reglamentarias, que son de diez a cuatro… Sería justo además que al exceso de ocupación correspondiera doble paga mientras durase este ajetreo. Soy partidario de que a los empleados se les remunere bien, pues de otro modo la buena administración no es más que un mito, un verdadero mito»

Benito Pérez Galdós, Mendizábal,
http://www.librodot.com/getbook.php?num=9809&type=pdf
Págs. 17-18, 40-41, 44 y 45-46.


574.

José Manuel López Muñoz ha escrito un nuevo libro. Y lo ha publicado junto a los que ya tiene en su haber y que también recomiendas ardientemente . Para quienes cuentan más de la cincuentena (aunque él te lleve más de diez años), esa España triste que él refleja todavía resuena en la memoria. Algún atisbo de aquellos años vivaquean en los recuerdos de tu más lejana infancia y, por tanto, reconoces algo de aquel clima que el desarrollismo de los sesenta arrasó entre electrodomésticos, suecas, seats 600 y demás símbolos de aquellos tiempos de prosperidad y alegrías. Has disfrutado con sus relatos. No sólo por su contenido, también por la prosa. Exacta, clara, asequible en su contenida belleza. Recomiendas la lectura de estas Historias de la España triste. Te dice de dónde venimos y hacia dónde, de nuevo, parece que vamos. Triste, siempre triste España.


573.

EL JARDÍN DE GRAVA
OTOÑO

mueren los grises
atardece la lluvia
entre jirones


572.

Siempre hubo algo que te rechinó en la mentalidad de los revoltosos vasquistas, galleguistas, catalanistas y demás istas. Lo que sacado del contexto de esta España doliente sería con toda claridad crimen de totalitarismo, en esos rincones se considera lo más adecuado al mejor futuro de su pueblo. Un ejemplo. Los pedagogos progres se secan la boca con sus cantos al extremo respeto hacia la autonomía del alumno, hacia su libertad, hacia su inmunidad e impunidad, su intocabilidad. Sin embargo, asienten simpáticos a las persecuciones en el recreo para que las criaturas no hablen español o hacia los obstáculos para que asistan a clase en su lengua (que es la oficial) o hagan sus exámenes en español. Tanto que hablan de la comunidad escolar, otorgan que un estúpido maestro se niegue a hablar con un padre en español. Otra cosa es que el padre venga hablando árabe. Las multas por poner rótulos en español solamente, las persecuciones a quienes se niegan a aceptar las posturas independentistas. Todo ello, si lo situáramos en los años 30 del pasado siglo llevaban directamente a un régimen nazi. Y sin embargo, cuentan con todos los beneplácitos de la casta y de buena parte de la élite intelectual. Lo deja claro Arcadi Espada en su artículo del pasado sábado en El Mundo. Lo de los catalanistas es pura y dura xenofobia. Pero ellos pueden. Total, los vasquistas han estado consintiendo el asesinato y han triunfado, ¿qué más da el pellejo de un charnego?


571.

Magnífico artículo sobre don Miguel de Unamuno y sus andanzas políticas. Lo más llamativo del texto es la total semejanza entre los problemas que hallaron los republicanos de bien en el año 31 con lo que ahora mismo sucede en España. Han pasado los decenios y seguimos estando donde estábamos.

 http://www.nodulo.org/ec/2012/n124p09.htm


570.

Uno de los éxitos del pensamiento socialista en la mentalidad contemporánea es la identificación de democracia con lo que se suele conocer como estado del bienestar. Un estado del bienestar que precisa de una burocracia gigantesca para su gestión de la que hacen caladero de buena vida los mismos que la propugnan y cuya ineficacia a la postre es tan elefantiásica como su tamaño. La continuación del razonamiento lleva a establecer que cuantos más “derechos sociales” (en su vocabulario) se establezcan para los ciudadanos más democracia hay. Del mismo modo, a menos “derechos sociales”, menos democracia. Es la versión postmoderna de aquella crítica tradicional del marxismo a la llamada libertad formal de la democracia burguesa. Cuando los izquierdistas de hoy exigen más democracia no claman por la separación de poderes, por la limitación de la burocracia, por la libertad económica y política, sino por que el estado se haga cargo de todo y fagocite a la sociedad. Así, resulta bastante complicado, como sucede siempre con la engañifa del socialismo, que las gentes renuncien a la fantasía de los paraísos prometidos y acepte el hecho de que la democracia es un sistema político que aboga por el control del poder y la libertad individual. Y que, si los políticos incursos en una democracia son sinceros, no debería prometer más que campo abierto a los ciudadanos. Sólo eso, nada más. Y nada menos.


569.

Comienza don Benito Pérez Galdós la tercera serie de sus Episodios Nacionales, centrada en la I Guerra Carlista y en la regencia de María Cristina,con la novela titulada Zumalacárregui. El protagonista es José Fago, crápula en su juventud, robador de doncellas, sacerdote luego, con ínfulas de gran estratega. En todo fracasa como hombre y termina muriendo al tiempo que el general carlista, aunque afecto a éste, asqueado de tanta muerte y tanta miseria humana. En medio hay el relato de las campañas militares que enfrentaron a los unos con los otros en aquella España tan convulsa, como absurda y tragicómica. Véase cuando el pretendiente al trono manifiesta su intención de sustituir el generalato de Zumalacárregui por el de la Purísima Concepción, dada la santidad de la Causa. Igual que siempre. Hay destellos del desengaño que tanta sangre provoca, pero mucho más del fanatismo de todos. El general es descrito como un hombre noble y militar cabal, traicionado por los inevitables compadreos de una corte tan corrupta como todas. Pero da don Benito su toque de realidad: al final de la obra, mientras todos lloran la muerte del militar, una lavandera se alegra íntimamente. Su padre murió fusilado por orden del caudillo.

 Benito Pérez Galdós, Zumalacárregui,

http://www.librodot.com/getbook.php?num=9808&type=pdf


568.

El anciano Eguchi acude por recomendación de un amigo a la casa de las bellas durmientes. Una madame de mediana edad lo recibe en una edificiación más bien pequeña donde hay una habitación reservada. Dentro, una joven narcotizada espera dormida la compañía de un anciano que, naufragado en el mar de la edad, sólo aspira a compartir el sueño con la muchacha. Sólo a un alma como la de Kawabata se le podía ocurrir un prostíbulo tan particular y tan disminuido en sus funciones. La novela le permite al autor una reflexión en la mente de Eguchi sobre la vida, sobre su vida y sobre la vejez. Deliciosa la novelita y casi dirías que es la que más te ha gustado. Y el final sorpresivo la realza. Siempre se corre el riesgo, con semejante clientela, que alguno perezca durante el sueño. Y así ocurre alguna vez. Pero el inminente final que se augura de Eguchi se torna en una inesperada bajada de telón.

 Yasunari Kawabata, La casa de las bellas durmientes, Buenos Aires, Emecé, 2012.

*                    *                *

 Al final de la novela has sentido una repugnancia creciente hacia el personaje de Tula. Ignoro si era la intención de don Miguel. Supongo que no. Pero te ha provocado ese efecto. Tula se te ha ido atragantando conforme avanzaba el libro y, al final, has celebrado su muerte. Toda la atmósfera de La tía Tula es asfixiante. Asfixia no sólo la temática, sino la sociedad que se recoge en sus páginas, con los convencionalismos, las expectativas cercadas, los futuros grises, de tarde alrededor de una mesa con mantel de hule y bombilla mortecina en una lámpara ajustada a un escueto casquillo sobre ella. Y la muerte cruzando a cada esquina como lo hace en la misma realidad. Pero aquí, abundantemente. Los personajes son unamunianos. Extremos en su grisura, absurdos en su verosimilitud. Quizá podrías pensar que el final en el que los sobrinos-hijos de la protagonista se pelean entre sí del modo habitual en las familias sobraba. En fin, no eres nadie para enmendar la plana a don Miguel. De todas las novelas que has leído del maestro, éste es la que más te ha angustiado y en la que aquel humor que tanto te sorprendió en otras ocasiones, falta por completo. Lógico, habida cuenta del asunto.

Miguel de Unamuno, La tía Tula,

http://www.librodot.com/getbook.php?num=14333&type=pdf 

*                    *                *

 Los cuentos que aquí se recopilan tienen en común pocas cosas con los cuentos convencionales y sus reglas. Todo en ellos es como todo en don Miguel. La lucha por el sentido de la existencia, los personajes extremos en su desvalida humanidad, el mundo triste y duro de la España (y la Europa) de fines del siglo XIX y principios del XX. A veces, como es normal en el maestro, la propia realidad encarnada en el autor se entrevera en la ficción de los relatos. Eterna agonía en el sentido originario del término que agitó a Unamuno durante toda su vida y que lo hace un personaje tan esencial como inolvidable.

 Miguel de Unamuno, Cuentos de mí mismo,

http://www.librodot.com/getbook.php?num=10204&type=pdf


567.

Del año 1901 al 1903, Natsume Sōseki vivió en Inglaterra con una mísera beca del gobierno japonés. Su labor entraba dentro de la misión que el emperador Meiji había impuesto a su pueblo. La modernización de Japón era el objetivo y su modelo, Occidente. Sōseki vivió esos años en plena angustia. Odiaba aquella tierra tan lejana de la suya y el carácter de sus gentes. Pero una orden del hijo de Amaterasu nunca se discute. Un día, paseando con un anfitrión que lo había invitado a pasar unos días en su mansión campestre, el escritor observó que una capa de musgo cubría las piedras del sendero. Sometido al encanto de la naturaleza en su estado primigenio de desorden y hermosa arbitrariedad, le hizo conocer a su acompañante que había musgo sobre las piedras. “Bien,” respondió el británico “habrá que decirle al jardinero que lo limpie.”


566.

Un resultado necesario, y sólo aparentemente paradójico, de lo dicho es que la igualdad formal ante la ley está en pugna y de hecho es incompatible con toda actividad del Estado dirigida deliberadamente a la igualación material o sustantiva de los individuos, y que toda política directamente dirigida a un ideal sustantivo de justicia distributiva tiene que conducir a la destrucción del Estado de Derecho. Provocar el mismo resultado para personas diferentes significa, por fuerza, tratarlas diferentemente. Dar a los diferentes individuos las mismas oportunidades objetivas no significa darles la misma chance subjetiva. No puede negarse que el Estado de Derecho produce desigualdades económicas; todo lo que puede alegarse en su favor es que esta desigualdad no pretende afectar de una manera determinada a individuos en particular. Es muy significativo y característico que los socialistas (y los nazis) han protestado siempre contra la justicia «meramente» formal, que se han opuesto siempre a una ley que no encierra criterio respecto al grado de bienestar que debe alcanzar cada persona en particular y que han demandado siempre una «socialización de la Ley», atacado la independencia de los jueces.

*                 *                 *

 El conflicto entre la justicia formal y la igualdad formal ante la ley, por una parte, y los intentos de realizar diversos ideales de justicia sustantiva y de igualdad, por otra, explica también la extendida confusión acerca del concepto de «privilegio» y el consiguiente abuso de este concepto. Mencionaremos sólo el más importante ejemplo de tal abuso: la aplicación del término privilegio a la propiedad como tal. Sería en verdad privilegio si, por ejemplo, como fue a veces el caso en el pasado, la propiedad de la tierra se reservase para los miembros de la nobleza. Y es privilegio si, como ocurre ahora, el derecho a producir o vender alguna determinada cosa le está reservado a alguien en particular designado por la autoridad. Pero llamar privilegio a la propiedad privada como tal, que todos pueden adquirir bajo las mismas leyes, porque sólo algunos puedan lograr adquirirla, es privar de su significado a la palabra privilegio.

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Lo importante es si el individuo puede prever la acción del Estado y utilizar este conocimiento como un dato al establecer sus propios planes, lo que supone que el Estado no puede controlar el uso que se hace de sus instrumentos y que el individuo sabe con exactitud hasta dónde estará protegido contra la interferencia de los demás, o si el Estado está en situación de frustrar los esfuerzos individuales. (…)  El Estado de Derecho sólo se desenvolvió conscientemente durante la era liberal, y es uno de sus mayores frutos, no sólo como salvaguardia, sino como encarnación legal la libertad.

 Friedrich A. Hayek, Camino de servidumbre, trad. José Vergara, Madrid, Alianza Editorial, 2007. Págs.. 111, 112 y 113.