1466.

CONSTANTINO VII PORFIROGÉNETA

VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I

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Por tanto, después de que el ejército bárbaro se encontrara al atardecer en el lugar llamado Batirríace y acampado al pie de la ladera del monte, los generales romanos ocuparon la zona más elevada y consideraron lo que iban a hacer. Surgió una disputa y una querella entre los soldados de los dos temas sobre la primacía en el mando y entre sus comandantes y capitanes. Los del tema Carsiano se otorgaban a sí mismos antigüedad en su valor y fuerza; a su vez, los del tema de los Armeníacos no cedían en cuanto a su valentía en la guerra y se adjudicaban la preeminencia. La enemistad iba a más y los ánimos estaban encrespados. Se cuenta que los comandantes del tema de los Armeníacos acabaron por decir: «¿Por qué nos obstinamos vanamente cada bando en la discusión y presumimos sin descanso cuando podemos dirimir con los hechos la disputa sobre nuestro valor? Como los enemigos no están lejos, los adalides pueden darse a conocer con sus obras y puede discernirse quiénes son superiores a partir de su valor en el combate.» Cuando los generales hubieron oído tales palabras y hubieron comprendido el valeroso ímpetu y la buena disposición de las huestes, y conscientes del auxilio que ofrecía la posición (los que iban a atacar ocupaban un lugar en las alturas respecto a los que estaban acampados en el llano), dividieron en dos las tropas. Se decidió que la parte escogida de éstas hasta un número de seiscientos atacara junto con sus generales al ejército de los bárbaros, y que el resto del poco numeroso ejército romano (en cuanto a la apariencia de sus componentes), una vez estuvieran preparados en la parte alta, dieran la señal oportuna para que, cuando ellos atacaran a los enemigos, también aquellos otros con enormes alaridos y con trompetas, cuyo eco repetirían las montañas, alzaran un impresionante grito. Tomaron, pues, las armas y se acercaran por la noche de forma inadvertida al campamento de los enemigos, y antes del alba, cuando el sol aún no había sobrepasado del todo el hemisferio bajo la tierra, gritando con voz potente: «¡La cruz ha vencido!», atacaron a los enemigos mientras los de la montaña les acompañaban en el griterío. Los bárbaros, al punto, quedaron estupefactos por lo inesperado del ataque. No se resistieron, ni tuvieron la oportunidad de ver la cantidad de gente que se les venía encima. Tampoco pudieron pensar en su propia salvación por lo súbito del ataque y se dieron a la fuga gracias a que las pacientes oraciones del emperador los sumieron en el pánico y los condujeron a su destrucción. Como los romanos que los perseguían invocaban sin parar a unos generales que no estaban con ellos, como tampoco la formación, ni el jefe de las Escolas, de acuerdo a la formación ordenada, y como los fugitivos corrían en medio de gran temor y convulsión, sucedió que la persecución cubrió treinta millas[1] y que el territorio entre medias quedó sembrado de innumerables cadáveres.


[1] La milla romana equivalía a mil pasos, esto es unos 1480 metros.


1465.

CONSTANTINO VII PORFIROGÉNETA

VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I

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Nuevos asuntos se le presentaron en la Ciudad, mientras atendía adecuadamente las embajadas procedentes de diferentes pueblos. Durante un breve tiempo, disfrutó en compañía de sus hijos y de su esposa. Recorrió, también, los sagrados y divinos templos de la Ciudad y rezó en ellos. Era su reiterada costumbre estar al tanto de la administración civil y judicial, mostrando sus cuidados y su incansable preocupación por sus súbditos. Con todo, no abandonó el acudir diariamente a la iglesia y suplicar al Señor, tomando como mediadores ante Dios al arcángel Miguel y al profeta Elías, que no muriera antes de contemplar la destrucción de Crisoquir ni de haberle clavado en su infame cabeza tres flechas. Y así sucedió más tarde, porque el mencionado Crisoquir, pasado un tiempo, invadió territorio romano y lo saqueó. El emperador acostumbraba despachar contra él al comandante de las Escolas[1], quien partió después de asumir el mando de todo el ejército romano. Como se acobardó ante el hecho de enfrentarse cara a cara abiertamente contra Crisoquir, lo estuvo siguiendo con el ejército de los romanos e impidiendo algunas de sus incursiones sin permitirle que se dispersara libremente para asolar el territorio. Así pues, el bárbaro, haciendo unas cosas y no pudiendo hacer otras y como el tiempo ya se le iba pasando, decidió el regreso a casa y volvió a su país con abundante botín. El comandante de las Escolas designó a dos generales[2], el del tema Carsiano y el del tema de los Armeníacos, cada uno con su propio contingente, para que acompañaran y siguieran a Crisoquir hasta Batirríace. Ordenó que si desde ahí lanzaba un ejército contra las fronteras romanas, se lo harían saber al doméstico; pero si con su marcha se internaba en dirección a su propio nido sin darse la vuelta, lo dejaran y regresaran junto a él.


[1] Sección de la Guardia Imperial cuyo origen se remonta al Bajo Imperio Romano.

[2] Στρατηγός (estratego) cuya traducción suele ser al español «general», era el nombre que recibía el gobernador de cada tema. Esta denominación resaltaba el carácter militar de esa división departamental.


1464.

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Desde ese sitio el emperador marchó con todo el ejército por el camino que lleva a Melitene. Una vez llegado a las riberas del Éufrates, vio que el río iba lleno y a punto de desbordarse, pero consideró que era de cobardes e indigno de su propio poder el asentarse ante su cruce y esperar a que bajase el nivel. Por ello, decidió atravesarlo con un puente y dispuso con diligencia todo para su construcción. Como quiso aliviar el esfuerzo de sus soldados y persuadirlos para que soportaran fácilmente los trabajos, al tiempo que someterse a sí mismo voluntariamente a la labor para que, cuando, con mucha frecuencia, se presentara la ocasión de hacerlo contra su voluntad, no se hallara ante un padecimiento extraño o inusual, se sumó a las obras junto con sus soldados de muy buena gana, y transportaba las más pesadas cargas levantándolas sobre sus hombros en dirección al puente. Se hubiera visto entonces que tres de los soldados a duras penas transportaban la carga de igual peso que la llevada con facilidad por el emperador. Atravesado así el Éufrates, tomaron enseguida la fortaleza llamada Rapsacio. Ordenó que por su cuenta los caldeos y coloniatas saquearan la tierra entre el Éufrates y Arsino y, por medio de ellos, se hizo dueño de abundante botín y de cautivos, y se apoderó de las fortalezas de Curticio, Cacón, Amer, la llamada Murnix y Abdela. El emperador, por su parte, atacó Melitene ciudad muy poblada y repleta de masas de bárbaros, quienes se enfrentaron a él ante la ciudad entre bárbaros alaridos y bufidos. Mostró el emperador su acendrada virtud de tal modo que asombró no sólo a sus hombres, sino también a los enemigos de forma muy destacada con su valentía y su destreza. Puso el primero en fuga a los que se le enfrentaban en medio de una gran matanza, dado que se enzarzaba con los enemigos de forma sensata a la vez que novedosa, mostrándose valiente en el combate y destacando por su valor, apareciendo como atrevido e imperturbable más allá de lo portentoso. Seguidamente, persiguieron en medio de la matanza cada uno de los que estaban con él a los que estaban contra él hasta la ciudad de tal modo que la llanura situada ante la ciudad quedó cubierta de innumerables cadáveres y el agua delante de la muralla se mezcló con la sangre. Muchos fueron capturados vivos, otros se vieron obligados a desertar, aunque lo aceptaron de buena gana. Los restantes se encerraron en la ciudad y descartaron totalmente una ulterior salida. Ante este hecho, el emperador pensó fijar en tierra máquinas de guerra, mandar buscar toda clase de instrumento de asedio y dar muestras con sus acciones de su valentía y pundonor en cuestión de sitios. Cuando se percató de que la ciudad por su recinto amurallado era plaza fuerte y que por la masa de los defensores emplazados en la muralla era inexpugnable, y cuando se enteró por los desertores y por gente que podía servirle para ese asunto de que había abundancia de víveres y que no temían un asedio prolongado, levantó, en consecuencia, el campo de aquel lugar y atacó la tierra de los maniqueos. Taló los bosques, prendió fuego a las casas, destruyó todo lo que encontraba a su paso y acabó, incendiándolas también, con una plaza fuerte suya llamada Argaut, con Cutacio, Estefano y Racat. Luego, recompensó abundantemente a todas las tropas a su mando, condecoró a cada uno de los que había destacado por sus hazañas y regresó a la capital con mucho botín y coronado con la victoria. Entró a través de la Puerta Dorada, como los antiguos emperadores que celebraban los triunfos en la muy gloriosa Roma. Recibió las aclamaciones y aplausos de victoria. Para dar las debidas gracias y ofrecer sus preces, sin dilación, tal cual llegó del camino, se presentó en la gran basílica de la Sabiduría Divina. Tras ser coronado con la diadema de la victoria por el que entonces ocupaba el patriarcado, se retiró al palacio.

Melitene, hoy Malatya
Reconstrucción de la Puerta de Oro, o Puerta Dorada
Estado actual de la Puerta de Oro
Situación de la Puerta de Oro en el extremo inferior izquierdo

1463.

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39

Mientras los enemigos le estaban prestando atención y observaban hacia qué punto se iba a lanzar, para ayudarse entre ellos mismos contra la acometida, envió una contingente de guerreros escogidos contra la llamada Zapetra, quienes atravesaron con presteza los desfiladeros del camino, cayeron sobre la ciudad misma y la tomaron al asalto. Mataron a muchos en ella, tomaron mucho botín y a muchos esclavos y sacaron de su prisión a muchos cautivos que lo habían sido durante mucho tiempo. Luego, a continuación, prendieron fuego al territorio, saquearon Samosata, atravesaron el Éufrates con su empuje debido a la ausencia de numerosos enemigos que se lo hubieran impidido al emperador con sus campamentos, se hicieron con muchos prisioneros y despojos, y volvieron junto al emperador que aún se hallaba cerca del río Zarnuc, donde está Ceramisio, quien parecía pasar el tiempo en la inactividad, pero que llevaba a cabo tales acciones de manera muy sabia a través de sus súbditos.

Situación de Samosata, hoy Samsat

1462.

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La otra ciudad de los ismaelitas, llamada Tarante[1], cuando vio la mucha matanza habida entre los de Tefrice, envió embajadores con la intención de solicitar la paz y suscribir una alianza. El muy poderoso emperador, que mostraba tanto valentía en el combate, cuanto clemencia con quienes se sometían, fue derrotado por la embajada y concedió la paz a quienes se la pedían, y ganó a partir de ese momento aliados en vez de enemigos. Gracias a estos movimientos, otros en no pequeño número y un tal Curticio[2], armenio, que ocupaba por aquel entonces Locana y que estaba dañando continuamente los confines del Imperio Romano, acudió al emperador y sometió a él su ciudad, sus armas y su pueblo asombrado ante la unión de clemencia con valentía y de justicia con poder.


[1] Tarento, la ciudad italiana de la costa de Apulia. Entre los años 840 y 880 fue un emirato árabe. Basilio I la recuperó ese año para el Imperio de Oriente. Estuvo integrada en el Imperio hasta el año 1063, en que fue ocupada por Roberto Guiscardo.

[2] Fundador de una saga de personajes que estuvieron al servicio del Imperio hasta el fin de su historia y que ocuparon desde este momento puestos de relevancia en la nobleza bizantina.


1461.

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37

Una vez se hubo ocupado de la situación en la Ciudad y tras haberse dedicado a esas labores, cuando empezó a lucir la primavera, tomó las armas e inspeccionó las filas del ejército. Creía preciso que el verdadero gobernante asumiera los peligros en pro de su pueblo y que aceptase los trabajos y las penalidades para que sus súbditos tengan una vida completamente relajada. Por aquellos tiempos el príncipe de Tefrice[1], al que apodaban Crisoquir[2] y que parecía destacar por su valentía e inteligencia, afligía grandemente el país y las poblaciones de los romanos, y albergaba pensamientos de soberbia y altamente inmoderados mientras esclavizaba continuamente a muchos campesinos. El emperador organizó una campaña militar contra él y la ciudad que gobernaba. Aquél hombre soberbio y arrogante no se atrevió a enfrentarse abiertamente contra la gallardía del ejército atacante ni contra la inteligencia y valentía del emperador; antes bien, se retiró y decidió guardar y tener bajo su poder solamente su propia ciudad. El emperador saqueó sin descanso el terreno abandonado de su oponente, devastó, asoló y prendió fuego a todas las tierras y aldeas de Crisoquir, y se rodeó de un inmenso botín y de cautivos. Cuando atacó la propia ciudad de Tefrice, e intentó tomarla de modo que fuera un asedio no prolongado mediante el uso de armas a distancia y un bloqueo, vio que estaba fortificada y era difícil de asaltar por la solidez de sus muros, la masa de bárbaros y la abundancia de sus provisiones. Vio también que toda el área alrededor en breve tiempo había sido arruinada por la magnitud de las tropas y que los suministros necesarios habían sido agotados; por ello, abandonó la idea de permanecer mucho tiempo en el asedio. Saqueó las plazas fuertes que la rodeaban, Abara, Espate y algunas otras, y sacando de allí todo su ejército intacto, como se ha dicho, se retiró con gran cantidad de botín y de esclavos.


[1] Hoy Divriği, en la antigua región de Capadocia.

Divriği / Tefrice

[2] «Mano de Oro». Fue el último gobernante del principado pauliciano de Tefrice. Gobernó entre el año 863 y 872. Los paulicianos integraban una secta cristiana fundada en Armenia en el siglo VII que se expandió por Asia Menor y los Balcanes en los siglos posteriores. Tenían gran influencia del maniqueísmo.


1460.

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36

Así pues, cuando los asuntos internos estuvieron resueltos de forma positiva conforme a unos planes piadosos y agradables a Dios, lo llamó la ardiente preocupación por el conjunto del Estado y los relativos a las campañas de más allá de las fronteras para que con su trabajo personal, su valentía y su gallardía los límites de su soberanía se ampliaran, y rechazara y expulsara más lejos a los enemigos. Para nada actuó negligentemente en este punto. En primer lugar, tras reducir el contingente militar recortando las distinciones otorgadas, los sueldos, las subvenciones imperiales, hizo levas con un nuevo reclutamiento y selección, y las fortaleció mediante el suministro y dotación de los recursos necesarios. Luego, los adiestró con ejercicios tácticos y con permanentes maniobras los convirtió en expertos en el combate. Los acostumbró a tener una extrema atención al correcto alineamiento militar y a respetar la disciplina, de ese modo marchó a la guerra contra los bárbaros en defensa de sus congéneres, allegados y súbditos. Sabía que no es posible conocer ninguna destreza vulgar o común antes de haberla aprendido y que, evidentemente, no hay nadie que sin maestro u oficial domine ninguna de esas destrezas, ni tampoco de las más gravosas. Si el interesado pudiera conocer la ciencia y el arte militar sin aprendizaje ni una suficiente experiencia, habrían carecido de inteligencia y habrían chismorreado quienes mucho se esforzaron en esta labor con sus tratados sobre táctica, y también los más grandes de los generales y emperadores, que erigieron muchos trofeos entre otros muchos éxitos y ninguno de los cuales osó nunca lanzarse contra los enemigos con una tropa sin instrucción ni adiestramiento. Es imposible que el que no ha aprendido sepa algo ni que combata el que no ha practicado ni se ha ejercitado. Por esos motivos, ese gallardo emperador hizo que las formaciones militares se ejercitasen y se formasen, mezcló los viejos contingentes con los recién reclutados, robusteció sus nervios con las adecuadas soldadas y donaciones, y tonificó sus diestras. Así, con ellos atacó a los enemigos, erigió muchos trofeos y logró infinitas victorias; pero detallémoslas en adelante brevemente.


1459.

CONSTANTINO VII PORFIROGÉNETA

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35

Como he llegado a este punto de la historia, quiero hacer un inciso para tratar sobre sus restantes hijos y sobre cómo tomó las piadosas decisiones acerca de cada uno de ellos, porque Dios, conforme había hecho con antiguos varones piadosos y bienaventurados, con mayor motivo también y por encima de aquéllos señaló a Basilio con sus muchos y nobles hijos. Tras un cierto tiempo, compartió la corona con Alejandro, su tercer hijo. A su hijo menor, Esteban, igual que hizo Abraham con Isaac, lo condujo a Dios y los incluyó entre los miembros de la Iglesia y lo consagró a ella. Su descendencia femenina[1] contó con el mismo número que la masculina y la consagró al santo convento de la muy famosa mártir Santa Eufemia y la dedicó como un don reconocido y una ofrenda a Dios. Las revisitó de hábitos y vestiduras semejantes a las de las vírgenes que se han desposado con su inmortal esposo Cristo pura e inmaculadamente. De estos acontecimientos, si bien tuvieron lugar pasado el tiempo, quede aquí, sin embargo, constancia unidos así al relato sobre el conjunto de los hermanos como lo están ellos por su nacimiento.


[1] Ana, Helena y María, las tres Porfirogénetas, es decir, nacidas en la sala Púrpura del Palacio Imperial, lugar destinado al nacimiento de los hijos de la pareja reinante. El monasterio de Santa Eufemia se hallaba dentro del conjunto del Sagrado Palacio de Constantinopla, adherido al llamado Palacio de Antíoco y cerca de la parte norte del Hipódromo.


1458.

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No obstante, ya que la envidia siempre nace junto a las obras beneficiosas como lo hacen los gusanos en la buena madera, y los viles demonios intentan por su envidia ante la prosperidad y bienestar mundanos confundir el curso de las buenas obras mediante los hombres malvados, Simbacio y Jorge por esos motivos y bajo la forma de una conjura contra el emperador, con y por su envidia, se armaron de una multitud de hombres infames e impíos; pero como Dios no permitía ni soportaba que la maldad en breve plazo volviera a recuperarse de su propio fracaso y borrar el buen gobierno y la justicia de la faz de la tierra, hizo que la trama fuera descubierta por uno de los conjurados. Tras acumular las pruebas, pendía sobre sus cabezas la pena capital según estipulan las leyes, es decir, después de la confiscación y la enajenación de todos sus bienes, incluir la privación de la propia vida. No obstante, la bondad del noble emperador determinó que sólo se les castigaría con la pérdida de los ojos a los instigadores de la vil confabulación. Es más, hubiera contenido la confiscación si no hubiera sido porque sabía que su extrema bondad con aquéllos hubiera estimulado a otros para imitarlos y, en ese caso, hubiera sido conducido necesariamente a aplicar un más duro correctivo. Por ello y con la mencionada pena, ofreció a los conjurados la oportunidad de arrepentirse e hizo recapacitar al resto de los malvados. Con su extremo deseo de reprimir el impulso de los que buscaban una muerte ajena y erradicar cualquier esperanza en ellos, hizo ascender a la dignidad imperial a sus hijos mayores en edad, Constantino y León, quienes ya estaban siendo formados y educados en las funciones imperiales y que destacaban en todas las virtudes propias del gobernante, como si adjuntara al poder raíces más fuertes y numerosas, y alzara a ése a nobles retoños de Imperio.


1457.

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VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I

33

Vio también que las leyes civiles estaban sumidas en la confusión y la inseguridad por la mezcla tanto de las buenas como de las malas (me refiero a que las obsoletas y las vigentes constaban de una manera indiscriminada y conjunta), y las reformó de manera conveniente según lo debido y lo posible, eliminando lo inútil de las leyes obsoletas, revitalizó el conjunto de las vigentes y compendió la anterior infinitud en sinopsis por capítulos para su mejor memorización.