447.

EPITAFIO DE UN GUERRERO FOCENSE
MUERTO EN LAS TERMÓPILAS

Viajero, estás mirando el cenotafio
de Praxíadas, hijo de Melantias.
El mar de las Termópilas admira
el sordo griterío de batalla
que aún profieren sus huesos escondidos.


446.

Retrato de Sócrates.

[4.8.4] λέξω δὲ καὶ ἃ Ἑρμογένους τοῦ Ἱππονίκου ἤκουσα περὶ αὐτοῦ. ἔφη γάρ, ἤδη Μελήτου γεγραμμένου αὐτὸν τὴν γραφήν, αὐτὸς ἀκούων αὐτοῦ πάντα μᾶλλον ἢ περὶ τῆς δίκης διαλεγομένου λέγειν αὐτῶι ὡς χρὴ σκοπεῖν ὅ τι ἀπολογήσεται. τὸν δὲ τὸ μὲν πρῶτον εἰπεῖν· Οὐ γὰρ δοκῶ σοι τοῦτο μελετῶν διαβεβιωκέναι; ἐπεὶ δὲ αὐτὸν ἤρετο ὅπως, εἰπεῖν αὐτὸν ὅτι οὐδὲν ἄλλο ποιῶν διαγεγένηται ἢ διασκοπῶν μὲν τά τε δίκαια καὶ τὰ ἄδικα, πράττων δὲ τὰ δίκαια καὶ τῶν ἀδίκων ἀπεχόμενος, ἥνπερ νομίζοι καλλίστην μελέτην ἀπολογίας εἶναι. [4.8.5] αὐτὸς δὲ πάλιν εἰπεῖν· Οὐχ ὁρᾶις, ὦ Σώκρατες, ὅτι οἱ Ἀθήνησι δικασταὶ πολλοὺς μὲν ἤδη μηδὲν ἀδικοῦντας λόγωι παραχθέντες ἀπέκτειναν, πολλοὺς δὲ ἀδικοῦντας ἀπέλυσαν; Ἀλλὰ νὴ τὸν Δία, φάναι αὐτόν, ὦ Ἑρμόγενες, ἤδη μου ἐπιχειροῦντος φροντίσαι τῆς πρὸς τοὺς δικαστὰς ἀπολογίας ἠναντιώθη τὸ δαιμόνιον. [4.8.6] καὶ αὐτὸς εἰπεῖν· Θαυμαστὰ λέγεις. τὸν δέ, Θαυμάζεις, φάναι, εἰ τῶι θεῶι δοκεῖ βέλτιον εἶναι ἐμὲ τελευτᾶν τὸν βίον ἤδη; οὐκ οἶσθ᾽ ὅτι μέχρι μὲν τοῦδε τοῦ χρόνου ἐγὼ οὐδενὶ ἀνθρώπων ὑφείμην ἂν οὔτε βέλτιον οὔθ᾽ ἥδιον ἐμoῦ βεβιωκέναι; ἄριστα μὲν γὰρ οἶμαι ζῆν τοὺς ἄριστα ἐπιμελομένους τοῦ ὡς βελτίστους γίγνεσθαι, ἥδιστα δὲ τοὺς μάλιστα αἰσθανομένους ὅτι βελτίους γίγνονται. [4.8.7] ἃ ἐγὼ μέχρι τοῦδε τοῦ χρόνου ἠισθανόμην ἐμαυτῶι συμβαίνοντα, καὶ τοῖς ἄλλοις ἀνθρώποις ἐντυγχάνων καὶ πρὸς τοὺς ἄλλους παραθεωρῶν ἐμαυτὸν οὕτω διατετέλεκα περὶ ἐμαυτοῦ γιγνώσκων· καὶ οὐ μόνον ἐγώ, ἀλλὰ καὶ οἱ ἐμοὶ φίλοι οὕτως ἔχοντες περὶ ἐμοῦ διατελοῦσιν, οὐ διὰ τὸ φιλεῖν ἐμέ, καὶ γὰρ οἱ τοὺς ἄλλους φιλοῦντες οὕτως ἂν εἶχον πρὸς τοὺς ἑαυτῶν φίλους, ἀλλὰ διόπερ καὶ αὐτοὶ ἂν οἴονται ἐμοὶ συνόντες βέλτιστοι γίγνεσθαι. [4.8.8] εἰ δὲ βιώσομαι πλείω χρόνον, ἴσως ἀναγκαῖον ἔσται τὰ τοῦ γήρως ἐπιτελεῖσθαι καὶ ὁρᾶν τε καὶ ἀκούειν ἧττον καὶ διανοεῖσθαι χεῖρον καὶ δυσμαθέστερον ἀποβαίνειν καὶ ἐπιλησμονέστερον, καὶ ὧν πρότερον βελτίων ἦν, τούτων χείρω γίγνεσθαι· ἀλλὰ μὴν ταῦτά γε μὴ αἰσθανομένωι μὲν ἀβίωτος ἂν εἴη ὁ βίος, αἰσθανόμενον δὲ πῶς οὐκ ἀνάγκη χεῖρόν τε καὶ ἀηδέστερον ζῆν; [4.8.9] ἀλλὰ μὴν εἴ γε ἀδίκως ἀποθανοῦμαι, τοῖς μὲν ἀδίκως ἐμὲ ἀποκτείνασιν αἰσχρὸν ἂν εἴη τοῦτο· εἰ γὰρ τὸ ἀδικεῖν αἰσχρόν ἐστι, πῶς οὐκ αἰσχρὸν καὶ τὸ ἀδίκως ὁτιοῦν ποιεῖν; ἐμοὶ δὲ τί αἰσχρὸν τὸ ἑτέρους μὴ δύνασθαι περὶ ἐμοῦ τὰ δίκαια μήτε γνῶσαι μήτε ποιῆσαι; [4.8.10] ὁρῶ δ᾽ ἔγωγε καὶ τὴν δόξαν τῶν προγεγονότων ἀνθρώπων ἐν τοῖς ἐπιγιγνομένοις οὐχ ὁμοίαν καταλειπομένην τῶν τε ἀδικησάντων καὶ τῶν ἀδικηθέντων. οἶδα δ᾽ ὅτι καὶ ἐγὼ ἐπιμελείας τεύξομαι ὑπ᾽ ἀνθρώπων, καὶ ἐὰν νῦν ἀποθάνω, οὐχ ὁμοίως τοῖς ἐμὲ ἀποκτείνασιν· οἶδα γὰρ ἀεὶ μαρτυρήσεσθαί μοι ὅτι ἐγὼ ἠδίκησα μὲν οὐδένα πώποτε ἀνθρώπων οὐδὲ χείρω ἐποίησα, βελτίους δὲ ποιεῖν ἐπειρώμην ἀεὶ τοὺς ἐμοὶ συνόντας. τοιαῦτα μὲν πρὸς Ἑρμογένην τε διελέχθη καὶ πρὸς τοὺς ἄλλους. [4.8.11] τῶν δὲ Σωκράτην γιγνωσκόντων, οἷος ἦν, οἱ ἀρετῆς ἐφιέμενοι πάντες ἔτι καὶ νῦν διατελοῦσι πάντων μάλιστα ποθοῦντες ἐκεῖνον, ὡς ὠφελιμώτατον ὄντα πρὸς ἀρετῆς ἐπιμέλειαν. ἐμοὶ μὲν δή, τοιοῦτος ὢν οἷον ἐγὼ διήγημαι, εὐσεβὴς μὲν οὕτως ὥστε μηδὲν ἄνευ τῆς τῶν θεῶν γνώμης ποιεῖν, δίκαιος δὲ ὥστε βλάπτειν μὲν μηδὲ μικρὸν μηδένα, ὠφελεῖν δὲ τὰ μέγιστα τοὺς χρωμένους αὐτῶι ἐγκρατὴς δὲ ὥστε μηδέποτε προαιρεῖσθαι τὸ ἥδιον ἀντὶ τοῦ βελτίονος, φρόνιμος δὲ ὥστε μὴ διαμαρτάνειν κρίνων τὰ βελτίω καὶ τὰ χείρω μηδὲ ἄλλου προσδεῖσθαι, ἀλλ᾽ αὐτάρκης εἶναι πρὸς τὴν τούτων γνῶσιν, ἱκανὸς δὲ καὶ λόγωι εἰπεῖν τε καὶ διορίσασθαι τὰ τοιαῦτα, ἱκανὸς δὲ καὶ ἄλλως δοκιμάσαι τε καὶ ἁμαρτάνοντα ἐλέγξαι καὶ προτρέψασθαι ἐπ᾽ ἀρετὴν καὶ καλοκαγαθίαν, ἐδόκει τοιοῦτος εἶναι οἷος ἂν εἴη ἄριστός τε ἀνὴρ καὶ εὐδαιμονέστατος. εἰ δέ τωι μὴ ἀρέσκει ταῦτα, παραβάλλων τὸ ἄλλων ἦθος πρὸς ταῦτα οὕτω κρινέτω.    

 Contaré también lo que oí a Hermógenes, hijo de Hipónico, narrar acerca de Sócrates. Lo había acusado ya Meleto cuando aquél lo oía conversar acerca de todo excepto del juicio. Le dijo entonces que debía pensar en su defensa. Inició entonces Sócrates su respuesta:

– ¿No te parece que he pasado mi vida ocupándome de ese asunto?

Cuando le preguntó cómo era eso, le respondió que ninguna otra cosa había estado haciendo en su vida más que observando lo que era justo y lo que era injusto, llevando a cabo lo justo y apartándose de lo injusto. Y, precisamente, esa actitud, creía, era la mejor preparación que había para su defensa.

Hermógenes insistió:

– ¿No ves, Sócrates, que llevados por la irracionalidad, los jueces atenienses ya han condenado a muerte a muchos que eran inocentes y han absuelto a muchos culpables?

– ¡Pero por Zeus, Hermógenes! –dijo Sócrates-. Ya he intentado ocuparme de mi defensa ante los jueces y la divinidad se ha opuesto a mí.

– Lo que dices es asombroso –dijo Hermógenes.

– ¿Te asombras –repuso Sócrates- de que la divinidad crea mejor que mi vida finalice ya? ¿Ignoras que hasta este momento no admitiría que ningún hombre haya vivido ni mejor ni más feliz que yo? Según creo, viven del mejor modo posible quienes se han ocupado de la mejor manera de llegar a ser los mejores y viven del modo más feliz quienes perciben de modo más patente que son los mejores. Ésta es la percepción que tengo de lo que me ha venido sucediendo hasta este momento. He pasado mi vida tratando a otras personas y comparándome a mí mismo con los demás, trabajando en conocerme a mí mismo. Y no sólo yo. También mis amigos pasan la vida a mi lado en idéntica actitud. No porque me amen, dado que también quienes aman a otros hubieran tenido igual comportamiento hacia sus propios amigos, sino porque también ellos creen que estando a mi lado llegarán a ser mejores. Si viviese más tiempo, quizás sería necesario cumplir con la vejez, y ver y oír menos, y reflexionar peor, y volverme más duro para aprender y más desmemoriado, y en aquello que previamente era mejor, volverme peor. Con todo, no podría seguir viviendo si no percibiera esas cosas, pero si las percibo, ¿cómo no es necesario vivir peor e infelizmente? Si muero injustamente, este hecho podría ser vergonzoso para quienes me han matado injustamente. ¿Cómo no es vergonzoso hacer algo injustamente? Para mí, en cambio, qué vergüenza hay en que yo no pueda conocer ni hacer cosas justas. Yo mismo he observado que la gloria ganada en sus acciones por nuestros ancestros no ha resultado igual a la de quienes comenten injusticias y son objeto de ella. Sé que también hay personas que me prestarán atención, y si ahora muero, no lo harán del mismo modo que con quienes me han matado. Sé que siempre habrá quien testifique a mi favor diciendo que no he cometido delito nunca contra nadie y que no he cometido hechos reprobables, sino que intenté hacer mejores siempre a quienes me seguían.

Estas palabras dirigía a Hermógenes y a los demás.  

Quienes conocían cómo era Sócrates y todos aquellos que aspiraban a la virtud todavía ahora viven añorándolo por encima de todos los demás a causa de su superioridad en el afán por la virtud. En lo que a mí respecta, era así como lo he descrito, tan piadoso que nada hacía sin el asentimiento de los dioses; tan justo que en lo más mínimo hacía daño a nadie; antes bien, resultaba de sumo provecho a quienes trataban con él. Era tan dueño de sí mismo que nunca prefería lo más cómodo a lo mejor; tan prudente que no erraba en juzgar lo mejor y lo peor. Tampoco necesitaba a nadie; por el contrario, era autosuficiente para conocerlos. Se bastaba a sí mismo para expresar verbalmente y definir semejantes conceptos, y también se bastaba a sí mismo para exponer argumentos opuestos, para refutar a quien se equivocaba y animar a la virtud y la hombría de bien. Parecía como si fuera el mejor de los hombres y el más feliz. Y si a alguien no le placen estas palabras, que lo juzgue comparándolo con el temperamento de otros hombres en estos extremos. 

Jenofonte, Recuerdos de Sócrates (Memorabilia), IV 8.4-11.


445.

Desde tus lejanos tiempos de estudiante en instituto y universidad, y luego gracias a tu trabajo como profesor de Bachillerato, conoces la realidad que se agazapa tras los llamados movimientos estudiantiles. Te tocó vivir de adolescente la feliz jornada de la agonía del régimen del General. Digo feliz por las experiencias que esos días te permitieron vivir. El escenario es el mismo que entonces. Una escasa minoría de malos estudiantes que a veces ni aparecen por clase. Son agitadores profesionales de partidillos de ultraizquierda. De adultos suelen ser millonarios progres gracias a que su despacho de político profesional les permite hacer buenos negocios. Hay, luego, una masa informe que para perder clases se apunta a la jarana. Finalmente, contemplas una minoría acobardada y temerosa que preferiría aprovechar el tiempo y el dinero que los contribuyentes gastan en ellos, pero que, dada la intimidación de los revolucionarios y los mediocres, prefiere sacar partido de su tiempo en casa. Eso es todo. En otro estamento, tienes a profesores progres y a miembros de esos colectivos ajenos a la brega docente que tienen como afición husmear las clases. Consideran, en la mejor línea de las ideologías totalitarias, que la juventud es la vanguardia del nuevo mundo, incluidos los campos de concentración que suelen florecer en él. Siempre que ellos los lancen como masa de bachi-buzuks al asalto de los infames muros del capitalismo con la esperanza de que los descalabren y así generar la sobada estrategia de la acción-reacción-acción. Nada nuevo, pues, en el movimiento de estos días. Incluidos los asedios a las sedes del Partido Popular. Incluido el miedo del Partido Popular. Afortunadamente, tu hija va a un colegio privado. Debes alegrarte de que la red estatal de enseñanza sea un corpachón purulento. Ella no tendrá competencia.


444.

Más aún: los historiadores de la «Historia del Hombre» no quieren o no pueden acordarse del hecho de que si el «Hombre» se constituyó en el centro de un círculo de dignidad llamado a ser situado por encima de todos los demás animales y seres que habitan los cielos y la tierra, fue debido, no tanto a los supuestos atributos sublimes de su humanidad, tales como el lenguaje, la razón, la moral –puesto que estos atributos se reconocerán, a veces incluso en grado superior, en muchos animales–, sino a la identificación de los emperadores con los dioses inmortales, por ejemplo, a la apoteosis de Alejandro como hijo de Amón o de Zeus. En especial, estos historiadores humanistas no quieren o no pueden reconocer que fue el Imperio cristiano, a partir de Constantino el Grande, quien pudo llevar a cabo la «exaltación del Hombre». Una exaltación en torno a la cual se constituyó la Antropología moderna. Una exaltación que se debió no tanto a la consideración del hombre, en general, sino a la consideración de la humanidad de Cristo, en tanto que Segunda Persona divina de la Santísima Trinidad, unida hipostáticamente a la naturaleza humana. Fue el Dios hecho hombre, Cristo, quien en el Occidente cristiano, pero no en el Islam, elevó al hombre por encima de los animales, de los ángeles, de los arcángeles y de los extraterrestres. La «dignidad del Hombre», en torno a la cual giró en gran parte el llamado «Renacimiento», y que algunos escritores franceses han confundido con la «invención del Hombre», no sería otra cosa, según esto, que la expresión del cristianismo frente al islamismo; y por ello la Antropología, como ciencia contradistinta de la Zoología (que no se reduce a esta), solo pudo constituirse en Occidente, y no entre los musulmanes, que harto tenían con anegar al hombre en el Entendimiento Agente Universal. Sólo el Imperio cristiano, desarrollado bajo el «Reino de la Gracia», pudo abrir el camino al descubrimiento del «Reino de la Cultura», en torno a la cual giraría la llamada Antropología cultural.

Gustavo Bueno, “La Historia Universal como perspectiva”, El Catoblepas, http://www.nodulo.org/ec/2011/n118p02.htm, (edición electrónica en http://www.nodulo.net/elibro.htm), pág. 63.

 


443.

Estabas en la sala del hospital. Aguardabas que te llamaran para la enésima prueba. Al menos ya acudías a consultas externas y esa ceremonia de humillación constante no se ejercía sobre tu cuerpo torturado entre las paredes de aquel templo de la angustia. Desde hacía tiempo, sumido por el coladero de la vida, ultimadas tus certezas sobre tu familia, tu trabajo y tu vida, solía acechar tu mente la imagen de aquella muchacha. De aquel amor loco que, como a todos, también a ti te aherrojó el aliento durante un tiempo. Recordabas cómo tú mismo te preguntabas qué era aquello que te había cercenado cualquier atisbo de razón. Ella no era mejor que otras, ni más hermosa, ni más inteligente. Y sin embargo, tus noches y tus días eran permanente zozobra a la espera de un sí que nunca llegaba, suspendida como estaba ella a otro amor que tampoco nada le aseguraba. Recordabas cómo, cuando ella al fin accedió después de muchos noes, tú le propinaste, no sin cierto placer de venganza, tu no particular. Había otra en tu vida que la percibías como liberación de las cadenas. A los pocos meses te casaste con esa otra mujer que te abandonó, dieciocho años más tarde, en la habitación del hospital. En medio de las brumas de tantas noches inacabables, por el dolor y la ansiedad, la imagen de aquella muchacha te venía a la memoria. ¿Dónde estaría? ¿Se habría casado? ¿Viviría en tu misma ciudad? ¿Sería posible hablar ahora con ella, localizarla, acercarse? ¿En qué trabajaría? Y estaba allí, sentada frente a ti en la sala de espera. La reconociste a pesar de los años. Y ella a ti. El asombro cedió paso a la cercanía y os saludasteis. Estuviste hablando hasta que la llamaron. Te contó su vida. Tan normal como era de esperar. Tú le constaste la tuya. Tan triste como no era de esperar. Se despidió. Me despedí. Todo había sido tan absurdo. Desde aquella mañana, su hechizo se disolvió definitivamente en los sótanos de tu existencia. Como tantos otros a los que el azar despacha con esa soltura suya que tanto le place.


442.

Habla Sócrates a Hipias.

[15] Λυκοῦργον δὲ τὸν Λακεδαιμόνιον, ἔφη ὁ Σωκράτης, καταμεμάθηκας, ὅτι οὐδὲν ἂν διάφορον τῶν ἄλλων πόλεων τὴν Σπάρτην ἐποίησεν, εἰ μὴ τὸ πείθεσθαι τοῖς νόμοις μάλιστα ἐνειργάσατο αὐτῇ; τῶν δὲ ἀρχόντων ἐν ταῖς πόλεσιν οὐκ οἶσθα ὅτι, οἵτινες ἂν τοῖς πολίταις αἰτιώτατοι ὦσι τοῦ τοῖς νόμοις πείθεσθαι, οὗτοι ἄριστοί εἰσι, καὶ πόλις, ἐν ᾗ μάλιστα οἱ πολῖται τοῖς νόμοις πείθονται, ἐν εἰρήνῃ τε ἄριστα διάγει καὶ ἐν πολέμῳ ἀνυπόστατός ἐστιν; [16] ἀλλὰ μὴν καὶ ὁμόνοιά γε μέγιστόν τε ἀγαθὸν δοκεῖ ταῖς πόλεσιν εἶναι καὶ πλειστάκις ἐν αὐταῖς αἵ τε γερουσίαι καὶ οἱ ἄριστοι ἄνδρες παρακελεύονται τοῖς πολίταις ὁμονοεῖν, καὶ πανταχοῦ ἐν τῇ Ἑλλάδι νόμος κεῖται τοὺς πολίτας ὀμνύναι ὁμονοήσειν, καὶ πανταχοῦ ὀμνύουσι τὸν ὅρκον τοῦτον· οἶμαι δ᾽ ἐγὼ ταῦτα γίγνεσθαι οὐχ ὅπως τοὺς αὐτοὺς χοροὺς κρίνωσιν οἱ πολῖται, οὐδ᾽ ὅπως τοὺς αὐτοὺς αὐλητὰς ἐπαινῶσιν, οὐδ᾽ ὅπως τοὺς αὐτοὺς ποιητὰς αἱρῶνται, οὐδ᾽ ἵνα τοῖς αὐτοῖς ἥδωνται, ἀλλ᾽ ἵνα τοῖς νόμοις πείθωνται. τούτοις γὰρ τῶν πολιτῶν ἐμμενόντων, αἱ πόλεις ἰσχυρόταταί τε καὶ εὐδαιμονέσταται γίγνονται· ἄνευ δὲ ὁμονοίας οὔτ᾽ ἂν πόλις εὖ πολιτευθείη οὔτ᾽ οἶκος καλῶς οἰκηθείη. [17] ἰδίᾳ δὲ πῶς μὲν ἄν τις ἧττον ὑπὸ πόλεως ζημιοῖτο, πῶς δ᾽ ἂν μᾶλλον τιμῷτο, ἢ εἰ τοῖς νόμοις πείθοιτο; πῶς δ᾽ ἂν ἧττον ἐν τοῖς δικαστηρίοις ἡττῷτο ἢ πῶς ἂν μᾶλλον νικῴη; τίνι δ᾽ ἄν τις μᾶλλον πιστεύσειε παρακαταθέσθαι ἢ χρήματα ἢ υἱοὺς ἢ θυγατέρας; τίνα δ᾽ ἂν ἡ πόλις ὅλη ἀξιοπιστότερον ἡγήσαιτο τοῦ νομίμου; παρὰ τίνος δ᾽ ἂν μᾶλλον τῶν δικαίων τύχοιεν ἢ γονεῖς ἢ οἰκεῖοι ἢ οἰκέται ἢ φίλοι ἢ πολῖται ἢ ξένοι; τίνι δ᾽ ἂν μᾶλλον πολέμιοι πιστεύσειαν ἢ ἀνοχὰς ἢ σπονδὰς ἢ συνθήκας περὶ εἰρήνης; τίνι δ᾽ ἂν μᾶλλον ἢ τῷ νομίμῳ σύμμαχοι ἐθέλοιεν γίγνεσθαι; τῷ δ᾽ ἂν μᾶλλον οἱ σύμμαχοι πιστεύσειαν ἢ ἡγεμονίαν ἢ φρουραρχίαν ἢ πόλεις; τίνα δ᾽ ἄν τις εὐεργετήσας ὑπολάβοι χάριν κομιεῖσθαι μᾶλλον ἢ τὸν νόμιμον; ἢ τίνα μᾶλλον ἄν τις εὐεργετήσειεν ἢ παρ᾽ οὗ χάριν ἀπολήψεσθαι νομίζει; τῷ δ᾽ ἄν τις βούλοιτο μᾶλλον φίλος εἶναι ἢ τῷ τοιούτῳ, ἢ τῷ ἧττον ἐχθρός; τῷ δ᾽ ἄν τις ἧττον πολεμήσειεν ἢ ᾧ μάλιστα μὲν φίλος εἶναι βούλοιτο, ἥκιστα δ᾽ ἐχθρός, καὶ ᾧ πλεῖστοι μὲν φίλοι καὶ σύμμαχοι βούλοιντο εἶναι, ἐλάχιστοι δ᾽ ἐχθροὶ καὶ πολέμιοι;

¿No te has enterado de que Licurgo –dijo Sócrates- , el lacedemonio, no hubiera hecho de Esparta una ciudad en nada diferente a las demás, si no hubiera trabajado por ella para que ante todo fuera obediente a las leyes? ¿No sabes que en las ciudades aquellos de los gobernantes que más motivan a los ciudadanos a obedecer las leyes, ésos son los mejores y que la ciudad en la que ante todo los ciudadanos obedecen las leyes pasa por los mejores momentos en la paz y en la guerra es irresistible? Es más, la concordia parece ser el mayor bien para las ciudades y en muchas ocasiones sus consejos de gobierno y sus mejores hombres exhortan a los ciudadanos a obrar en concordia. Por doquier en Grecia hay leyes que hacen jurar a los ciudadanos la concordia y por doquier hacen ese juramento. A mi juicio, esto ocurre no para que los ciudadanos juzguen los coros, ni para que elogien a los flautistas, ni para que escojan a los poetas a fin de que disfruten con ellos, sino para que obedezcan las leyes. Porque cuando los ciudadanos moran en las leyes, las ciudades se vuelven muy fuertes y muy prósperas. Sin la concordia, empero, ni la ciudad podría ser bien gobernada ni la casa bien administrada. ¿Cómo podría alguien por su vida privada ser menos censurado, cómo ser más honrado que si obedeciera las leyes? ¿Cómo podría ser derrotado menos en los tribunales o cómo podría vencer más? ¿En quién se podría confiar más para dejarle al cuidado de bienes, hijos o hijas? ¿A quién podría considerar la ciudad más digno de confianza que al ciudadano respetuoso con la ley? ¿Junto a quién podrían encontrar más un comportamiento justo los padres, familiares, criados, amigos, ciudadanos o extranjeros? ¿A quién podrían confiar los enemigos más las treguas, pactos y tratados de paz? ¿De quién mejor que del hombre respetuoso con la ley querrían ser aliados? ¿En quién confiarían más los aliados el liderazgo, el control de las guarniciones o las ciudades? Alguien que hiciera el bien, ¿de quién supondría que iba a recibir gratitud más que del hombre respetuoso con la ley? ¿A quién haría alguien el bien más que a aquel de quien cree que corresponderá con gratitud? ¿De quién se querría ser más amigo o menos enemigo que de tal hombre? ¿A quién se enfrentaría uno menos que aquél del que se querría ser ante todo amigo y menos que nada enemigo; o aquél del que la mayoría querría ser amigo y aliado y los menos, enemigo y adversario?      

Jenofonte, Recuerdos de Sócrates (Memorabilia), IV 4.15-17.

 


441.

Al leer la noticia de que el Ayuntamiento de San Sebastián (gobernado por la ETA) pretende erradicar las corridas de toros por su crueldad, pensaste en el proceso de animalización que está sufriendo en la modernidad el concepto de ser humano. No crees que se trate de una humanización del animal. Los sucesivos golpes que ha sufrido el hombre desde que Galileo expulsó la Tierra del centro del universo y los resultados de las investigaciones de la psicología evolucionista y las neurociencias han concluido en una igualación con nuestros parientes biológicos. Las reflexiones se sucedieron en tu mente para intentar explicar con un  paradigma cientifista y actual ese comportamiento que  considera más digno de respeto la vida de un toro que la de un ser humano. Al final, vino la luz. Nada de modernidades, ni de relativismo cultural, ni de zarandajas. En el fondo lo que hay es el mismo odio atávico hacia el otro que moraba en la mente del cavernícola cuando veía pulular fuera de su cueva a los miembros de otra tribu. En esos casos, la vida del perro que dormía junto al troglodita en las noches de invierno era más preciosa que la del foráneo. Y esto de trogloditas y cavernícolas ajusta como guante a los protagonistas de esta historia de vascones.


440.

En más de una ocasión, charlando con conocidos, has declarado que para ti la música, cuanto más antigua mejor. Incluso, en tono de chanza envuelta en terciopelo has confesado que la música termina para la receptividad de tus oídos en el siglo XVIII. Son exageraciones, claro. Muchos compositores posteriores hay en tu pequeño panteón de artistas ilustres. Aquellas opiniones aspiran a una radicalidad en la incomprensión del mundo que te rodea. Esa percepción se ha agudizado con el chasco sufrido esta Navidad. A sugerencia tuya, te regalaron dos se dicentes óperas de Carl Orff. Antigonae y Œdipus der Tyrann. Como es natural en ti, el fundamento de los mitos fue el canto de Sirenas que te atrajo a sus bajíos y escollos, donde tu nave encalló sin misericordia. No aguantaste más allá de veinte minutos ninguna de las dos. Todo esto, junto con el hecho no insignificante de que Antoni Tapies (R.I.P.) te parece el paradigma del fraude y la fealdad, provoca tu desconcierto cuando oyes estas piezas. Tuviste conocimiento de Josef Matthias Hauer a través del suplemento cultural del diario ABC. Para que se vea que no estás cerrado, expresas ya tus reticencias arcaizantes, a las nuevas corrientes, acudiste a Youtube para oír algo de su música. Y has quedado hechizado. ¿Qué tienen esas notas musicales que te han envuelto en su sortilegio? Oyendo ese piano quedas como en el aire, suspendido de un hilo inmaterial, leve y potente a la par. ¿Cómo puede conseguirse ese efecto mágico sin acudir a la blandura de las armonías de siempre? Te has informado sobre el autor. Para nada, porque salvo sus datos biográficos y la relación de sus obras, el aspecto técnico se te escapa dada tu substancial ignorancia sobre la teoría musical. Sea como sea, tu ámbito de aceptación musical debe ampliarse. Aunque, sin ánimo de que trascienda, a la vista está que tus declaraciones sobre gustos musicales no dejan de ser una boutade de erudito a la violeta.


439.

En tu lectura del Estudio de la historia de Arnold J. Toynbee encuentras este jugoso párrafo a raíz del análisis de los fracasos sufridos por aquellos gobernantes que pretenden imponer a su pueblo lo que Toynbee llama una “religión de fantasía”: Las olas sucesivas de revolucionarios franceses de la febril década que cerró el siglo XVIII no sacaron adelante ninguna de las fantasías religiosas con las que se propusieron reemplazar una Iglesia Católica supuestamente pasada de moda, fueran ellas la jerarquía cristiana democratizada de la Constitución Civil de 1791 o el culto del Être Suprême de Robespierre en 1794 o la Teofilantropía del director Larevellière-Lépaux. Se cuenta que en cierta ocasión este director leyó una larga memoria para explicar su sistema religioso a sus colegas ministeriales. Después que la mayoría de ellos le hubo manifestado sus felicitaciones, el ministro de Asuntos Exteriores, Talleyrand, expresó: “Por mi parte sólo tengo una observación que hacer. Jesucristo, para fundar su religión, fue crucificado y resucitó. Vos deberíais haber intentado algo semejante”.

 Arnold J. Toynbee, Estudio de la historia, trad. de Luis Grasset & Luis Alberto Brixio, Barcelona, Altaya, 1994, vol. II, pág.,196.


438.

En la entrada 35 de este blog ya comentaste que la política es asunto de poder. Desde que Maquiavelo arrojó el velo del rostro de eso que llaman política, cualquier veleidad que contemple en el ejercicio del gobierno un objetivo altruista es ingenuidad, o hipocresía, o cinismo, o malevolencia. Por eso todo el montaje del socialismo y sus adláteres es un fraude, cuando no un ejemplo de inmadurez. El afán de la izquierda de ver en la política no su verdadero rostro, sino un instrumento en el asunto de los pobres y los ricos está en la base de su fracaso. Es otro error más que se suma a ese desconocimiento de la naturaleza humana que ya erigiera el padre fundador J.J. Rousseau con su teoría del buen salvaje y el malvado hombre de ciudad. La política, no te cansarás de repetirlo, no es un asunto de pobres y ricos, sino de poder. Y el poder corrompe, empuja al abuso, endiosa, magnifica las peores tendencias del hombre. El socialismo cree que la posesión absoluta del poder permitirá transformar la sociedad hasta convertirla en un locus amœnus al estilo de la República de Platón o la Utopía de Tomas Moro. Pero como el poder es autosuficiente y se alimenta a sí mismo, el proyecto socialista queda embarrancado en los oropeles y sus lógicos corolarios: corrupción, abuso y prepotencia. Por esa razón, la única manera de afrontar qué sea la política y cómo manejarse con ella es el liberalismo clásico. Desconfianza en el gobernante, derechos individuales, limitación del gobierno, separación de funciones, estado reducido, dedicado seriamente a las materias fundamentales, pero eficiente. Toda la ruina que ensombrece nuestros días no parte del mercado (que hace prosperar a quienes saben aprovechar sus virtualidades), sino de esa trampa, en la que han caído izquierda y derecha (ésta por sus miedos), de convertir el estado, instrumento primario del poder, en un salvífico e imaginario ente de bondad, corrupto dispensador de dinero sin final y aspersor de inacabables servicios que suben en el escalafón hasta ser transmutados en divinos con el gratuito procedimiento de ser calificados como “derechos”.