Final

Resultaría de mala educación hacer mutis por el foro sin dar más señales de vida. Por ello, creo mi obligación dejar constancia de que ésta será la última entrada del blog. No inspira esta decisión más que la idea de que ya nada tengo que contar y de que no me apetece someterme a la disciplina del trabajo que en los tiempos postreros estaba llevando a cabo y que no era sino traducir textos en griego antiguo. Fue ésta la última etapa en el curso de un blog iniciado un 27 de enero de 2010 bajo el título de unlibrodecuentas.blogspot.com y donde he ido dejando constancia de opiniones, relatos, poemas, aforismos y demás ocurrencias de mi mente. Las traducciones ocuparon un espacio en el que ya no imaginaba qué poner.

Espero que, como colofón, los lectores me disculpen la vanidad de dejarles, una vez más y por última vez, los enlaces a todo lo que he ido escribiendo estos años y que, como siempre he dejado patente en el blog, está a libre disposición de los lectores con el ruego de que, al menos dejen claro, si lo emplean, quién lo ha ideado. Dicho esto al margen de que algunas de mis creaciones están registradas en los Registros de la Propiedad Intelectual porque en su momento aspiraron a concursos o intentos de publicación por parte de editoriales que nunca fructificaron.

Gracias, finalmente, por la atención de quienes dedicaron su tiempo a leer esto.

NARRATIVA

POESÍA

ENSAYO-MEMORIAS

TRADUCCIONES DEL GRIEGO


1525.

CONSTANTINO VII PORFIROGÉNETA

VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I

102

No mucho tiempo después, cayó el emperador en una devastadora enfermedad, acompañada de una diarrea estomacal cuyo origen estuvo en algún acontecimiento marginal sucedido durante una cacería. A continuación, poco a poco, fue sufriendo una consunción. Tomó las mejores disposiciones respecto a los asuntos del imperio, designó a su heredero, adoptó razonables decisiones para cada aspecto y tomó sensatas providencias. Abandonó la vida luego, después de que una ardiente fiebre lo devorase, la cual hacía evaporar y consumía todo humor vital. Reinó como coemperador con su predecesor Miguel durante un año y destacó como soberano del Imperio durante diecinueve años. Sus disposiciones sobre el gobierno fueron óptimas, su proceder en la milicia fue excelente, amplió las fronteras del Imperio y expulsó la injusticia y la violencia contra todos sus súbditos, de modo tal que le era adecuada la sentencia homérica sobre el mejor monarca en los dos sentidos: «buen rey y valeroso guerrero». Le sucedió en el poder absoluto quien era por naturaleza y por su virtud llamado a la herencia paterna y pedido por los súbditos en sus oraciones, León, el más dulce, el más sabio y el primero de los hijos que aún le quedaban. Quedan expuestos y plasmados en la historia cuantos hechos tuvieron lugar en el reinado del glorioso y piadoso Basilio, para que no sean arrastrados a las corrientes del olvido ni se desvanezcan a lo largo del tiempo, así como su trayectoria vital antes de reinar y el contenido de toda su existencia, en la medida en que nos ha sido posible y conforme a la naturaleza de la verdad.

FIN DE LA VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I


1524.

CONSTANTINO VII PORFIROGÉNETA

VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I

101

Había un pájaro en una jaula que estaba colgada en el Palacio, imitador y vocinglero, llamado loro, que, ya fuera enseñado por algunos, ya fuera por otro motivo, con frecuencia decía: «¡Ay, ay, mi señor León!» En una ocasión, mientras se celebraba un banquete por parte del emperador en compañía de los próceres del Senado, los invitados se estuvieron mostrando sombríos y, abandonando la diversión, se sentaron meditabundos. El emperador se dio cuenta y les preguntó la razón de su abstención en comer las viandas. Ellos, con los ojos llenos de lágrimas, dijeron: «¿Qué alimentos vamos a tomar mientras somos objeto de reproches en la voz de ese animal nosotros, personas racionales y leales a nuestro señor. Ése llama a su amo y nosotros disfrutamos y, mientras, nos olvidamos de un señor que nunca cometió injusticia. Porque, si se demostrase que ha delinquido y que ha preparado su diestra contra la persona de su padre, todos nosotros seríamos sus ejecutores y nos saciaríamos con su sangre. No obstante, si evadiera la prueba de los delitos de los que se le acusa, ¿hasta cuándo la lengua difamadora tendrá poder contra él?» El emperador se sintió reblandecido por tales palabras y los ordenó entonces que se sentaran y les prometió que investigaría el caso. Tras no mucho tiempo, retornó a su natural, lo sacó de prisión y lo trajo a su presencia. Cambió sus ropajes de duelo, ordenó que la parte sobrante de su cabello, que había crecido durante sus pesares, fuera cortada y le restituyó su orden jerárquico en la corte y su honor.


1523.

CONSTANTINO VII PORFIROGÉNETA

VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I

100

Con todo, la envidia volvió a levantar otra tormenta y otra tempestad en el Palacio, conforme es su naturaleza alborotadora y maléfica. Al poco de morir Constantino, el hijo más amado del emperador y dirigidos el amor y las esperanzas hacia León, el segundo de sus hijos, las hordas demoníacas no soportaron con serenidad, según parece, la serenidad, calma y la piedad, junto con la dedicación, de los hábitos del que iba a heredar la función imperial, el bienestar de los súbditos que, a partir de estos hechos, se avizoraba bajo su reinado, y el incremento en todo lo merecedor de elogios. Por estos motivos, de un modo u otro, se dispusieron a un sombrío combate contra él. Había, al parecer, un monje y religioso que estaba entre los que eran objeto de enorme cariño y confianza por parte del glorioso Basilio. Era su amigo y un ministro capaz, cuyo nombre era Sandabareno. Aunque era amado por el emperador, sin embargo, no tenía buena fama entre los demás, ni una consideración irreprochable. Por eso, en muchas ocasiones el muy sabio León lo ponía en ridículo por embaucador y falsario, y porque arrastraba al emperador a lo que no se debía y lo apartaba de dedicarse a lo conveniente. Enterado de estos hechos, aquel malvado impostor simuló buena disposición y fingió amistad hacia el bueno de León, y le dijo: «¿Por qué, siendo joven y amado por tu padre, no portas a escondidas un hacha o una espada cuando cabalgas por los campos con tu padre, para que, si lo necesitaras contra alguna fiera o si se te presentara alguna de las frecuentes y ocultas conspiraciones, no te hallaras desarmado y tuvieras con que defenderte ante los enemigos de tu padre?» Sin ser consciente del engaño y sin percatarse del ardid del hombre (lo que no está dispuesto al mal tampoco es fácil que sospeche la perfidia), León aceptó el consejo, obedeció y metió una daga dentro del calzado. Cuando el conspirador supo que su recomendación se había llevado a cabo, comunicó al emperador: «Tu hijo planea matarte. Si no te lo crees, cuando vayas a salir de la Capital para cazar o para alguna otra cosa, ordénale que se quite el calzado de sus pies. Si encuentras que porta una daga, que sepas que estaba preparada para tu muerte.» Así pues, cuando, anunciada una salida del emperador, partió todo el séquito acostumbrado, y estando en un cierto lugar, el emperador simuló que necesitaba una espada y mandó que se la buscara diligentemente. Su hijo se le presentó sin saber de antemano nada de lo que estaba sospechando su padre, impulsado por su carencia de maldad y de perfidia, y le entregó a su padre la daga que llevaba. Ante este suceso, creyó inmediatamente cierta la advertencia en contra de él, al tiempo que vana y vacua la defensa del hijo. Una vez hubieron regresado sin dilación al Palacio, el emperador montó en cólera contra su hijo, lo encarceló en una de las residencias imperiales, cuyo nombre era Margarites, y lo despojó de los borceguíes púrpura[1]. El monje hostil y rencoroso lo incitó para que le apagase la luz de sus ojos, pero el patriarca y el Senado le impidieron que lo llevase a cabo. No obstante, lo mantuvo en reclusión. Bastante tiempo pasó y la naturaleza no se reconocía a sí misma, sino que estaba endurecida por las malas inspiraciones. Los más importantes de los senadores querían continuamente enviarle al padre mensajes en pro de su hijo, aunque en otras ocasiones también fueran impedidos por alguna causa; pero encontraron un motivo razonable para que sus deseos se cumpliera gracias a la siguiente excusa.


[1] Uno de los símbolos imperiales.


1522.

CONSTANTINO VII PORFIROGÉNETA

VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I

99

Puesto que los que ostentan magistraturas y cargos administrativos en su deseo de mostrar lealtad al soberano y, tal vez, también en la creencia de que el cargo quede únicamente para ellos, suelen sugerir gravámenes que resulten en el aumento de impuestos y de ingresos, el encargado por aquel entonces del tesoro sacó a relucir a aquel noble emperador conforme a ese criterio el envío a todos los temas bajo soberanía romana de los llamados inspectores o «igualadores»[1], para que –dijo- los campos y las tierras, cuyos dueños el tiempo por cualquier cosa sucedida hubiera arrastrado en sus corrientes, fueran asignados a otros señores y, por esa razón, aportaran no pocos ingresos al tesoro imperial. El emperador simuló aceptar la sugerencia y le encomendó que eligiera, preparase y trajese ante él a quienes debían llevar a cabo adecuadamente la labor. El tesorero, tras reflexionar y meditar, eligió muy certeramente a los que consideraba mejores y propuso los nombres de los elegidos al emperador. Fue, entonces, considerado digno de censura y fue sometido a duros reproches por haber propuesto semejantes individuos para semejante labor. El hombre repuso que no tenía mejores personas entre los funcionarios y el emperador le respondió: «El juicio que tengo sobre la proyectada misión es tal que, si fuera posible, saldría yo mismo a administrarla. Pero, como sé que esto resulta ser algo impropio e imposible, forzosamente mantengo las expectativas sobre los dos magistros existentes en el Estado, que, por el tiempo, la experiencia y las numerosas actuaciones en la administración de cargos públicos que han cumplido a lo largo de mucho tiempo y en las que han sido probados, dieron muestras íntegras y claras de su virtud, y confío en que el servicio será ultimado de forma adecuada por ellos. Sal y comunícales tú mismo lo útil de su misión y mi voluntad.» Cuando los magistros oyeron el anuncio, quedaron estupefactos y, tras aducir su vejez en tono de súplica y sus muchos esfuerzos y padecimientos en pro del bien común, rogaron que les apartasen el cáliz de tal misión. Sin otra alternativa, el enviado regresó con su fracaso y le comunicó al emperador las palabras de los magistros. El emperador las oyó y dijo: «Si el hecho de que yo salga a realizarla parece y se dice que es algo imposible y los más brillantes magistros renuncian el servicio, no tengo a ningún funcionario merecedor de la tarea. Por tanto, deseo que la propuesta sea abandonada como una labor imposible de estudiar y de indagar. Que algunos se aprovechen inadecuadamente de mis propiedades es mejor que alguien caiga en un nefasto mal y en una desgracia que lo quebrante.» Durante todo el tiempo de su reinado, todo el pueblo bajo soberanía romana, las aldeas y los campos dispuestos para aprovechamiento de los vecindarios pobres permanecieron sin ser inspeccionados, se diría, y sin ser sometidos a los igualadores, por no decir libres y en paz. Así se comportaba el buen emperador con todos sus súbditos y, especialmente, con la masa de los campesinos, mostrándoles un cuidado y unas atenciones propias de un padre.


[1] Funcionario encargado de calcular el reparto equitativo de los impuestos entre los contribuyentes.


1521.

CONSTANTINO VII PORFIROGÉNETA

VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I

98

Así, pues, se iban realizando tales obras durante el reinado del inteligente emperador Basilio. De manera diestra y conforme a razón iban avanzando para él los asuntos del Estado, su vida cotidiana se presentaba llena de vigor, la alegría danzaba en torno a la ciudad y al palacio, y la calma se extendía por casi todo el espacio insular y terrestre. De repente, un huracán, una tormenta, una lluvia de desgracias quisieron divertirse cayendo sobre el recinto palacial. Un coro de lamentos y de trenos, una Ilíada de acontecimientos dolorosos, una tragedia de sucesos tristes se precipitaron sobre el palacio. El hijo más amado y el primogénito del emperador, Constantino, en la flor de la edad, en la cumbre de su juventud, en el momento de comenzar su carrera en pos de la imitación de la nobleza de su padre, cayó gravemente enfermo. En pocos días se consumió en los ardores de la fiebre, los humores vitales se gastaron rápidamente en un violento fuego nada natural y abandonó la vida, dejando a su padre sumido en un indescriptible duelo. No obstante, dado que el hombre formado debe dominar las emociones irracionales con la razón y puesto que el emperador era también un hombre y mortal, y sabía que tenía un hijo igualmente mortal[1], se repuso pronto a sí mismo. Entregó, pues, los lamentos excesivamente inmoderados por lo acontecido, en cuanto que algo innoble e impropio de un varón, al gineceo y pronunció las palabras de agradecimiento del virtuoso Job: «Dios me lo dio; Dios me lo quitó. Como le plugo a Dios, así sucedió. Sea bendito su nombre. ¿Qué hay de asombroso si el que da, a su vez, quita lo que dio según su voluntad?» Se convirtió de nuevo más en un consuelo para la madre y los hermanos según lo acostumbrado y en un protector de huérfanos, cuidador de viudas, bienhechor de soldados y pobres, defensor de los que habían sido objeto de injusticias, amable y dispuesto oyente de los que temían a sus señores, los cuales le enseñaban y sugerían los medios útiles y salvíficos que conducen al reino de los cielos.


[1] Referencia erudita a un episodio que se contaba en la Antigüedad sobre Jenofonte. Cuando se le comunicó la muerte de su hijo en batalla, repuso que sabía que era mortal.


1520.

CONSTANTINO VII PORFIROGÉNETA

VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I

97

A la nación de los rusos, muy hostil y carente de religión, se la ganó para un acuerdo con bastantes dádivas de oro, plata y tejidos de seda. Firmó un tratado de paz con ellos, los convenció para que participaran del salvífico bautismo y les conminó a que aceptaran un arzobispo designado por elección del patriarca Ignacio, quien, una vez llegado a tierras del mencionado pueblo, fue bien recibido por sus gentes a causa del siguiente hecho. El príncipe de ese pueblo convocó una asamblea de sus súbditos, se sentó rodeado por los ancianos, quienes se daba la circunstancia de que estaban más confundidos con la superstición que el resto a causa del largo tiempo de su trato con ella, y examinaron su propia religión y la fe de Cristo. Invitaron al arzobispo, que acababa de recalar entre ellos, y le interrogaron sobre lo que iba comunicarles y a enseñarles. Éste les tendió el libro del Sagrado Evangelio, les informó sobre algunos de los milagros de Nuestro Salvador y Dios, y les desplegó los hechos maravillosos que llevó a cabo según el Antiguo Testamento. «Si no viéramos nosotros también» dijeron enseguida los rusos «algo parecido, especialmente, a lo que cuentas de los tres niños en el horno[1], no te creeríamos en absoluto ni someteríamos nuestros oídos a lo que nos estás contando.» El arzobispo, confiado en lo veraz de esas palabras que dicen «lo que pidáis en mi nombre, lo tendréis y quien cree en las obras que hago, también él las hará e incluso más grandes que éstas las hará»[2], siempre que los acontecimientos tengan que ver con la salvación de las almas y no con la ostentación, les dijo: «Si bien no es lícito someter a prueba al Señor Nuestro Dios, no obstante, si decidís acercaros a Dios de corazón, podréis pedir lo que queráis y Dios lo hará realidad completamente gracias a vuestra fe, aunque nosotros seamos insignificantes y muy poca cosa.» Los rusos le pidieron el libro de la fe de Cristo, es decir, el Santo y Sagrado Evangelio, para arrojarlo a un fuego que estaba encendido en el suelo. «Si se conservase incólume y sin quemarse» dijeron «nos uniremos al Dios que estás proclamando.» El clérigo alzó los ojos y las manos a Dios y diciendo «sea glorificado tu santo nombre, Jesucristo, Nuestro Dios», arrojó a la hoguera el libro del Santo Evangelio. Pasado bastante tiempo y una vez extinguida la hoguera, se encontró el sagrado libro indemne, incólume y sin haber recibido daño o merma alguna a causa del fuego, de modo que ni siquiera en las borlas de sus cierres quedaba rastro de destrucción o mudanza. Los bárbaros, cuando hubieron visto este hecho, estupefactos ante la magnitud del milagro, comenzaron a bautizarse sin dudarlo.


[1] Se refiere a una historia que aparece en el libro de Daniel, cap. 3. Tres jóvenes llamados Ananías, Misael y Azarías son condenados a ser quemados vivos en un horno por el rey babilonio Nabucodonosor II por no adorar a un ídolo. Los jóvenes, acompañados por un ángel, salen incólumes del horno y el rey decreta que se respete al Dios de esos jóvenes.

[2] Jn. 14 12 y 14.


1519.

CONSTANTINO VII PORFIROGÉNETA

VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I

96

Lo mismo podemos ver que sucedió en lo referente al pueblo búlgaro. Semejante nación, aunque pareció que anteriormente se había inclinado a aceptar la religiosidad y participar de la fe cristiana, sin embargo, era inestable y voluble aún respecto a la belleza, como hojas sacudidas y movidas fácilmente por el viento. Pese a todo, gracias a las frecuentes admoniciones del emperador y su espléndido trato, junto con las muestras de su magnánima liberalidad y generosidad asumió el convencimiento de aceptar un arzobispo y cubrir de obispos su país. Por estos hechos y por los piadosos monjes que fueron convocados desde los montes y las cuevas de la tierra y enviados hacia allí por el emperador, abandonó las costumbres ancestrales y fue pescado en su totalidad por las redes de Cristo.


1518.

CONSTANTINO VII PORFIROGÉNETA

VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I

95

Era consciente de que Dios por nada se alegra tanto como por la salvación de las almas y de que quien saca algo digno de su indignidad funciona como la voz de Cristo, y como tampoco se mostraba negligente y perezoso en lo referente a esta labor apostólica, en la medida de sus posibilidades envolvió en las redes de la sumisión a Cristo en primer lugar al pueblo judío, infiel y duro de corazón. Les ordenó, pues, que presentaran los testimonios de su religión y las sometieran a un debate y, o bien mostrasen que sus creencias eran firmes e irrebatibles, o bien se convencieran de que Cristo tenía la primacía sobre la ley y los profetas, y que la ley mostraba la configuración de una sombra que se disipa ante la luz del sol, y que se acercaran a las enseñanzas del Señor y se bautizaran. Añadió que les conferiría cargos a los que se acercasen y exenciones del peso de los anteriores impuestos, y les prometía que les haría personas honradas en lugar de deshonradas. Liberó a muchos del persistente velo de su ceguera y los arrastró hasta la fe de Cristo, si bien la mayoría, tras la muerte del emperador, regresaron de nuevo a su propio vómito como perros. Ahora bien, aunque ésos, mejor algunos de ésos, como etíopes[1], permanecieran irreductibles, sin embargo, el emperador, devoto de Dios, iba a recibir en compensación por parte de la divinidad un completo pago de su labor a causa de sus esfuerzos.


[1] En la Antigüedad, se comparaba la imposibilidad de que un etíope se volviera blanco a la imposibilidad de que alguien cambiara su forma de ser.


1517.

CONSTANTINO VII PORFIROGÉNETA

VIDA DEL EMPERADOR BASILIO I

94

Pero no sólo por la ciudad llevó a cabo, devota y generosamente, tales obras, sino que también fuera de la misma mostró igual dedicación. Restauró la iglesia del apóstol y evangelista Juan, el Teólogo, en el llamado Hébdomo, que había sufrido el paso del tiempo y estaba en ruinas, y la embelleció con obras de arte y la aseguró con refuerzos. También en el emplazamiento cercano del templo del Precursor[1], demolido por el mucho tiempo y convertido en ruinas en vez de iglesia, la limpió de maderas y escombros y erigió una edificación igual a las ilustres y grandiosas gracias a una rapidísima construcción y cuidados. La iglesia del primado de los apóstoles en Regio, que se hallaba en un estado intransitable por la amenaza de derrumbe, la limpió, la renovó desde los cimientos y la reconstruyó para memoria duradera e inolvidable del apóstol. Levantó el abatido templo del mártir Calínico con mayores dimensiones que el anterior en el puente de Justiniano que se eleva sobre el río Batirso. En el llamado Estrecho, me refiero al brazo de mar del Ponto Euxino, construyó, piadosa y devotamente, la venerable iglesia de San Focas, reunió una comunidad de fervorosos monjes, dotó el lugar de recursos mediante inmuebles y propiedades y fundó un monasterio de elegidos de Dios y un hospital de almas. Además de todas estas obras, la iglesia del Archiestratego Miguel en Sostenio, derruida por el paso de tanto tiempo y arrasada por muchísimas grietas, caída casi sobre sus rodillas ya y perdida la enorme elegancia que la rodeaba, la levantó de sus escombros, la llamó a su antiguo esplendor y la mostró llena de toda su antigua lozanía. Así era el natural de Basilio, glorioso entre los emperadores, con su dedicación y labor restauradora de los sagrados lugares, en lo que se fundamentaba su piedad hacia Dios.


[1] San Juan Bautista.