1256.

REFLEXIONES A RAÍZ DE LA LECTURA DE LA BIOGRAFÍA DE PERICLES DE PLUTARCO

y VI

Las masas son volubles, no obstante, y suele suceder que el favor del pueblo tan rápido como se da, se quita. Esa experiencia es vivida por nuestros políticos contemporáneos frecuentemente. Los cambios de opinión están al albur de la percepción subjetiva del cuerpo político sobre el estado de cosas dentro de la comunidad. Es también una de las servidumbres de la democracia. El pueblo es tan caprichoso como lo es la voluntad de un monarca. En suma, no en vano Tucídides afirmaba que el régimen ateniense era de iure una democracia, pero de facto, un régimen en manos de una sola persona, refiriéndose a Pericles. Y tanta fue la importancia de su figura que a la desaparición de su liderazgo tras contraer la peste, el régimen fue trastrabillando sin acabar de encontrar quien sustituyera a su principal gobernante. Finalmente, fue derrotada Atenas a manos de Esparta y buena parte de esa derrota se debió a que nadie supo encauzar las veleidades que el pueblo como soberano suele presentar. El poder, en definitiva, ciega a quien lo ostenta, sea un monarca, una oligarquía o el pueblo soberano, y les conduce a la ruina con mayor frecuencia que a la prosperidad. En ese sentido, la democracia no tiene más ventaja, entonces y ahora, que el clima de libertad en el que necesita desenvolverse por cuanto el depósito de la soberanía en una amplia colectividad exige una amplitud de miras y que los ciudadanos disfruten de aquella.


1255.

REFLEXIONES A RAÍZ DE LA LECTURA DE LA BIOGRAFÍA DE PERICLES DE PLUTARCO

V

Fundamental en la democracia es la fama de honradez. Se comprueba cómo en ambos momentos, la tentación de incurrir en la corrupción es muy común. Y muchos caen. Pericles fue incorruptible y cuidó su fama de tal de manera que sabía lo importante que era parecer aquello que se predicaba. Papel importante en toda democracia cumple la oposición. Es una figura política que sólo la admite este régimen. En otros regímenes, esa presencia es inimaginable porque está abocada a la extirpación. Los opositores a Pericles emplearon idénticos procedimientos que los modernos para deshacerse de él. Aquí cabe la difamación, las falsas acusaciones, las tretas y jugarretas y cualquier clase de recurso que permita la victoria sobre el enemigo político. A Pericles lo acusaron por personas interpuestas de impiedad (Anaxágoras) y de corrupción (Fidias). Fue, asimismo, objeto de imputaciones de inmoralidad, de prepotencia y de diversas lacras. También de ineficiencia, lo que acarreó que el pueblo lo apartara del poder durante ciertas etapas de su actividad. Pero la capacidad de liderazgo de Pericles hizo que se sobrepusiera a las asechanzas y siempre regresara al mando. Como caudillo indiscutible, siempre triunfó sobre sus oponentes que han pasado a la historia como gruñones resentidos que se topaban una y otra vez contra un muro sólido. El problema es que esos gruñones, una vez desaparecido el jefe, dirigieron a la ruina la ciudad. Del mismo modo, la política de Pericles desarrolla actuaciones que semejan las de nuestras democracias. Sabe que necesita una especie de estado del bienestar financiado con los fondos públicos provenientes de los impuestos. Resulta muy revelador cómo consigue la adhesión del pueblo mediante la inversión en obra pública. En su caso, esa política fue posible gracias a los fondos que, justo es reconocerlo, afanó del tesoro de la Liga de Delos de forma fraudulenta. Como es habitual también hoy en día, el requisito de honradez es aplicable al interior. De cara al exterior, no es preciso. Este hecho recuerda mucho el comportamiento de los EE.UU. en el siglo XX. Adalid de la democracia, sólo se veía obligado a respetarla dentro de sus fronteras, mostrando una actitud mucho más laxa respecto a su comportamiento en el exterior. Esta política, como le sucedía a Atenas, se subordinaba a sus intereses. Tanto en un caso como en el otro, las potencias imponían regímenes afines a sangre y fuego cuando se requería ese comportamiento.

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1254.

REFLEXIONES A RAÍZ DE LA LECTURA DE LA BIOGRAFÍA DE PERICLES DE PLUTARCO

IV

La Vida de Pericles fue escrita en un momento en que la democracia ateniense era un régimen fenecido, aunque no vituperado como lo sería cuando el principado pase a convertirse en dominado en el Imperio Romano. Plutarco no reflexiona sobre la política porque su interés se fija en la figura de su biografiado, pero dada la relevancia de Pericles como gobernante, es inevitable que describa el clima y el curso de su actuación política. De esas líneas podemos entresacar algunas características que todavía adornan nuestras democracias y que podemos achacar a la propia naturaleza humana, que nada ha cambiado desde aquellos tiempos. En un contexto semejante, la reacción de los humanos es semejante. De ese modo, tanto en aquella democracia como en esta, a pesar de su llamamiento a la limitación del poder, está claro que la figura del líder es esencial. Y, por extensión, el pueblo se acomoda a lo que el líder dice y es fácilmente manipulable por el mismo. El líder demócrata, no obstante, sabe que para mantenerse en el poder debe respetar las normas del régimen, que es lo que hace Pericles, quien nunca abusó de sus competencias por más que pudiera hacerlo. El líder democrático sabe imponer su voluntad al pueblo mediante el recurso a los medios propios del momento. En la Atenas clásica, ese recurso era la oratoria en la Asamblea y el cuidado de la propia imagen. Modernamente, es el dominio de los medios de comunicación el que da o quita el poder al ser el procedimiento de influencia en la voluntad de los ciudadanos. El carácter, sea fingido o real, es importante. Pericles mezclaba la eficiencia con la suavidad y la empatía con la firmeza.

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1253.

REFLEXIONES A RAÍZ DE LA LECTURA DE LA BIOGRAFÍA DE PERICLES DE PLUTARCO

III

Ambos modelos de democracia se basan en que el receptáculo de la soberanía la posee el conjunto de los ciudadanos. Nuestras democracias, dado el amplio número que conforma el cuerpo político, han recurrido a la representación en cámaras. También, en el curso de los siglos, se ha teorizado y puesto en práctica (peor que mejor) la división de poderes. En este sentido, ambos regímenes tenían el mismo temor a la tiranía, es decir, a la acumulación de excesivo poder en unas solas manos. La aversión a la tiranía (o la dictadura, por utilizar un término moderno) tiene otro corolario. Tanto una democracia como otra tienen un fundamento específico en lo que los anglosajones llaman the rule of law. Para los atenienses de la Antigüedad este principio se expresaba mediante el dicho νόμος βασιλεύς, la ley es el rey. La ley, una vez fijada por el pueblo, obliga a todos, incluidos los gobernantes. En los regímenes unipersonales el depositario del poder puede ponerse por encima de la ley, dado que es la fuente de la misma. En el caso de la democracia, el gobernante tiene incluso el deber de ser el más respetuoso con la ley. Los ciudadanos de ambas democracias gozan de unos pocos derechos fundamentales, pero de amplio espectro. Los atenienses tenían libertad de expresión (παρρησία – parresía), libertad de conducta dentro de la ley (ἐλευθερία – eleuthería) e igualdad ante la ley independientemente de su linaje o nivel económico (ἰσονομία – isonomía). Estos tres derechos fundamentales son los mismos que hoy en día debe respetar un régimen para poder integrarse dentro del concepto de democracia. Todo lo que rebase este marco entra dentro de las virtualidades de un ordenamiento político, pero no son demarcadores de una democracia ni son imprescindibles para caracterizarla.

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1252.

REFLEXIONES A RAÍZ DE LA LECTURA DE LA BIOGRAFÍA DE PERICLES DE PLUTARCO

II

La democracia ateniense difiere de la nuestra en varios aspectos. En primer lugar, los derechos ciudadanos estaban restringidos a los hijos de padre y madre atenienses y a los varones mayores de 20 años, lo que excluía de las decisiones a casi el ochenta y cinco o el noventa por ciento de la población. No eran ciudadanos aquellos que no descendían de dos ciudadanos, las mujeres, los esclavos y los metecos. Estos últimos, aunque fueran descendientes de varias generaciones de extranjeros y hubieran nacido y vivido en Atenas toda la vida, carecían de derechos ciudadanos. Por otro lado, la ciudadanía ateniense se otorgaba en muy escasas ocasiones. El régimen era asambleario. Las decisiones se tomaban en la Asamblea, integrada por el conjunto de los ciudadanos. El hecho de que buena parte de la ciudadanía habitara en el campo y que no todo el conjunto de ciudadanos tuviera ocasión o deseo de participar en las votaciones provocaba que las Asambleas nunca contaran con una mayoría del cuerpo político. Tampoco había una separación de poderes y la mayoría de los cargos políticos se elegían por sorteo. Estas son algunas de las diferencias más llamativas. Hay otras muchas que nos ahorramos exponer porque este no es un texto exhaustivo sobre el régimen. Ahora bien, el hecho de que existan esas diferencias no obsta para que las semejanzas, que las hay, no sirvan como referencia para nuestra democracia actual.

Diagrama que representa el sistema político de la antigua Atenas, según la descripción de Aristóteles en su obra la Constitución de los atenienses

Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Democracia_ateniense

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1251.

REFLEXIONES A RAÍZ DE LA LECTURA DE LA BIOGRAFÍA DE PERICLES DE PLUTARCO

I

La traducción de la Vida de Pericles de Plutarco me ha empujado a reflexionar sobre el régimen político de la democracia y a pergeñar unas líneas sobre las relaciones entre el ordenamiento que vivió Pericles y el que hoy en día vivimos quienes nos incluimos en regímenes políticos que también se llaman a sí mismos democracias. Para empezar, como todo el mundo sabe, «democracia» es una palabra que está compuesta de dos términos griegos: «demo-» procede de δῆμος – demos, que significa «pueblo» y «-cracia» que tomado de una abstracto construido sobre el sustantivo κράτος – kratos, que significa «poder». Nuestro término es una transcripción que nos ha llegado a través del latín de la palabra originaria δημοκρατία – demokratía. Los teóricos de la ciencia política de la Antigüedad, en especial Aristóteles y Polibio, historiador algunos siglos posterior, establecieron tres regímenes fundamentales desde el punto de vista político, dependiendo de que el poder lo ejerza una persona (monarquía), un grupo reducido (aristocracia) o un colectivo que forma el grueso de la sociedad (politeia, término que coincide semánticamente con «democracia»). Según Aristóteles, la diferencia entre un régimen bueno y uno malo estriba en que el sujeto del poder lo ejecute pensando en el bien común o en sus propios intereses. Siguiendo el concepto cíclico que la mentalidad griega antigua poseía sobre el curso de los seres y de la naturaleza, los regímenes sufren un proceso regular que lleva de una versión buena del mismo a una perversa. La monarquía cede el sitio a la tiranía; la perversión de la monarquía da paso a la aristocracia, cuya perversión da lugar a la oligarquía; ésta da paso a la politeia, cuya corrupción cede el paso a la oclocracia (el poder de la masa). La oclocracia origina un estado de cosas caótico que conduce a la aparición de un personaje salvador que reintroduce una monarquía, y así siempre.

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1131.

ISÓCRATES

 EL PODER DE LA PALABRA EN TIEMPOS DE CRISIS

 y VI

Isócrates nació en el demo ático de Erquia el año 436 a.C., hijo de Teodoro y de Hedito. Su padre poseía un taller de fabricación de flautas que prosperó y permitió a la familia un buen nivel de vida. Isócrates gozó de una muy buena formación. Fue discípulo de Pródico y de Gorgias. A causa de la Guerra del Peloponeso, la familia se arruinó e Isócrates se vio en la tesitura de tener que buscar un medio de vida. Aprovechando la buena formación recibida en sus estudios de retórica, se dedicó a tareas de logógrafo, profesional que redactaba discursos para que los intervinientes en los procesos judiciales los memorizaran y los declamaran ante el tribunal, función que el procedimiento judicial ateniense propiciaba al exigir que los demandados y los demandantes intervinieran personalmente y no mediante abogados. Dada su timidez y su débil voz, se vio obligado a encauzar sus inclinaciones políticas en la redacción de discursos para ser leídos, no pronunciados en la Asamblea. En el año 390 a.C. funda una escuela para formar a la futura élite gobernante ateniense. Murió en el año 338 a.C.

 

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1130.

ISÓCRATES

 EL PODER DE LA PALABRA EN TIEMPOS DE CRISIS

 V

images (1).jpgDentro de esa constitución oligárquica es fundamental poner al frente de la ciudad una clase ilustrada que nutra las filas de la élite gobernante. Para esa función Isócrates funda una escuela de retórica. Y, de nuevo, volvemos al punto de partida. Esa educación debe basarse en el dominio de la palabra, dado que este instrumento es el más característico del ser humano. Es el buen uso de la palabra el que permite al gobernante actuar con εὐβουλία (eubulía), la prudencia informada por el buen criterio. Estamos aquí otra vez lejos del ideal del filósofo propugnado por Platón y la Academia. Y, en esto, Isócrates se muestra más apegado a la realidad de la política que las ensoñaciones sobre las formas puras que despliega Platón, por más que éste sea piedra angular y cimiento de nuestra civilización en mucha mayor medida que el orador. No debemos, con todo, mirar la retórica en el sentido que nuestros tiempos la conciben. Dominar el arte de la oratoria conllevaba no sólo el control de los recursos estilísticos de la lengua, de ciertas destrezas teatrales y poseer unas cualidades puramente físicas (buena voz) y mentales (buena memoria), suponía también conocer las materias sobre las que se trataba, su historia, sus recovecos, estar bien informado, haber reflexionado sobre los argumentos que iban a ser expuestos y toda una serie de requisitos que hacía del que subía a la tribuna o redactaba un discurso una persona sólida intelectualmente. De ahí que una escuela de retórica pueda considerarse también el precedente de una Universidad donde se impartían toda clase de disciplinas siempre que fueran enfocadas al triunfo en la persuasión. En este objetivo entran unos discursos dirigidos a los reyes de Chipre que serán modelos de lo que posteriormente se denominarán Espejos de príncipes, instrucciones para la formación de futuros dirigentes.

220px-Philip_II_of_Macedon_CdMIsócrates en su larga vida (vivió 98 años) fue derivando según su experiencia le mostraba nuevos caminos. De este modo, de concebir una confederación de ciudades-estado encabezada por Esparta y Atenas pasó a considerar más operativo subordinar la Hélade a un único caudillo prestigioso. Tras algún que otro candidato, se fijó en el rey de Macedonia, Filipo II, padre de Alejandro. Con esta decisión, Isócrates entra con pleno derecho en el nuevo horizonte del helenismo que el sucesor de Filipo iba a crear con sus campañas y que haría realidad los proyectos que el ateniense había acariciado a lo largo de sus muchos años de existencia. Pero esa parte de la historia no llegaría a contemplarla.

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1129.

ISÓCRATES 

EL PODER DE LA PALABRA EN TIEMPOS DE CRISIS

 IV

Como vimos, la mirada tiene que dirigirse hacia el exterior, ya que la experiencia muestra que la destrucción mutua no presenta ventaja alguna. En un principio, Isócrates propone una alianza contra el persa encabezada por las dos principales ciudades de Grecia, Atenas y Esparta. Siguiendo las enseñanzas de la guerra pasada, la primera aportaría su potencial marítimo y la segunda, su probada eficiencia en el combate terrestre. Y en el sentido de la regeneración que debe experimentar su ciudad natal para poder afrontar la nueva etapa que se adivina en el horizonte, nuestro autor emprende la redacción de discursos que planteen un programa renovador. Su pensamiento, en este sentido, va en la línea de la restauración de las viejas costumbres aristocráticas que permitan una democracia controlada. De ahí que intente darle nuevos aires a una institución como el Areópago, versión ateniense de los consejos de ancianos que detentaban el poder en las primitivas colectividades y cuyas más conocidas derivaciones eran el Senado romano o la Gerusía espartana. descarga (2).jpgEl Areópago había sido en tiempos el objetivo que debía ser despojado de sus poderes para dar paso a la democracia. El largo camino hacia un régimen democrático había dejado en tiempos de Pericles al Areópago como tribunal para juzgar sólo delitos relacionados con crímenes de sangre.

 

En otro momento, Isócrates propone una constitución que consiga armonizar los tres regímenes posibles: la monarquía, la aristocracia y la democracia. Y, para terminar, aunque el discurso que lo plantea no es de los tardíos, redacta un elogio de Atenas cuyo título ha dado desde entonces nombre a cualquier pieza que alabe a alguien o a algo. Me refiero a su Panegírico. Durante este discurso, Isócrates en un fragmento nos revela un destello de cómo la mentalidad griega iba cambiando lentamente hacia una visión que en tiempos helenísticos sería la dominante. Las conquistas de Alejandro abrieron la mente griega al mundo y convirtió a los helenos en cosmopolitas, en ciudadanos del mundo. Isócrates ya vislumbra ese horizonte cuando en el Panegírico (4.50), partiendo de una idea ya esbozada en Tucídides (II 41), nos dice que el nombre de griego no se le debe aplicar a quien participa de una determinada naturaleza física, sino a quienes aceptan formar parte de la cultura griega. No puedo resistirme aquí a dejar constancia de que, adaptado al soporte del frontispicio que da acceso a la Biblioteca Genadio de la Escuela Americana de Estudios Clásicos en Atenas (American School of Classical Studies at Athens – Gennadius Library), el estudioso advierte el fragmento citado anteriormente es esta frase: Ἕλληνες καλοῦνται οἱ τῆς παιδεύσεως τῆς ἡμετέρας μετέχοντες (Griegos se llaman los que participan de nuestra cultura).

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1128.

ISÓCRATES

EL PODER DE LA PALABRA EN TIEMPOS DE CRISIS

 III

descarga (1).jpgLa diferencia entre la ciencia y la opinión lleva aparejadas muchas consecuencias. Por otro lado, es un combate ya viejo y que, de un modo u otro, es una de las corrientes subterráneas que informan la historia cultural de Occidente y de sus derivaciones mentales concretas en cada momento. El filósofo (platónico) cree en la verdad; el orador, es relativista. El filósofo cree en lo perenne; el orador, en lo transitorio. El filósofo cree en valores universales; el orador, en los valores del momento. El filósofo mira a la eternidad; el orador, a la oportunidad presente (καιρός, kairós). Para el filósofo (platónico), la palabra desvela la verdad (ἀ-λήθεια, a-létheia) y esa verdad lleva al buen obrar; para el orador, la palabra adecuada provoca el comportamiento adecuado.

Isócrates, pues, desde el primer momento se dedica a la oratoria. Es heredero, además, por formación de los primeros sofistas, ya que se dice que fue discípulo de Gorgias y Pródico. Pero no estamos hablando de discursos escritos para ser declamados ante una asamblea de ciudadanos o un tribunal, sino para ser leídos. images (3).jpgA falta del concepto de «ensayo» tal como lo entendemos hoy, Isócrates se sirve de la técnica y del envoltorio de la retórica para exponer un pensamiento que por no pertenecer al ámbito de la filosofía no cabía en el formato de diálogo, tal como era usual, ni en el de tratado tal como lo hará Aristóteles, ni, mucho menos, en el marco poético, tal como había sido habitual en algunos presocráticos. Salvando algunas obras de las que hablaremos más adelante, bien podemos afirmar que Isócrates fue un ensayista político de su tiempo. Como dato añadido, él mismo nos dice que no gozaba de un temperamento adecuado para subirse a la tribuna, así como de una voz apropiada para pronunciar discursos en público.

Continuará